Palabras que salvan vidas
Palabras que salvan vidas
Las costumbres de hombres que en La Guajira resuelven problemas a través de la conversación llegaron a la UdeA para mostrar lo que cultura Wayuu tiene por enseñar sobre el valor de la palabra.
Una palabra bien dicha desarma al enemigo, acerca al que se encuentra lejos, abre las puertas clausuradas, alegra al que está triste y apaga los incendios alevosos. En cambio cuando pronuncias una palabra altanera, las palomas se vuelven halcones, los ríos se salen de madre, los mares se enfurecen y hasta el problema más inútil adquiere de repente la fuerza suficiente para destruirte.
Creencias de un palabrero en la crónica Cómo vive un Wayuu, de Alberto Salcedo Ramos.
Palabra y país fue la temática de la última versión de la Semánala de la Lénguala, un evento que realiza cada año la Facultad de Medicina para reivindicar el uso de la palabra entre la comunidad universitaria.
En ese contexto se presentó la conferencia del antropólogo Wilder Guerra Curvelo, La retórica del palabrero que, en la cultura Wayuu, es el encargado de resolver los conflictos a través del diálogo.
A propósito del momento histórico que vive Colombia, el investigador de ascendencia Wayuu habló sobre las lecciones que pueden llegar a tener el sistema normativo de este pueblo ancestral para el proceso de paz y para la resolución de conflictos cotidianos.
¿Qué hace un palabrero?
En esta comunidad indígena que habita en la península de La Guajira y que se mueve entre Colombia y Venezuela, los palabreros, considerados patrimonio inmaterial de la humanidad, son personajes distinguidos que actúan como mediadores en asuntos que van desde la celebración de un matrimonio hasta el ajuste de penas por robo o por asesinato.
Esta cultura, según explicó Guerra, tiene una visión restaurativa de la justicia y no punitiva. Por lo tanto no buscan la condena del culpable, sino la conciliación por medio de la compensación material a la familia de la víctima.
Los acuerdos se celebran a través de un ritual mediado por el palabrero para evitar el enfrentamiento verbal y físico entre los implicados. Entre sus propósitos principales está sanar el tejido social que se rompió por la disputa, además de develar la verdad sobre lo sucedido y buscar un perdón real entre las familias, clanes o actores inmersos en el conflicto.
Ante todo, los palabreros buscan preservar la vida y evitar que comience una venganza entre las familias, lo cual podría desencadenar una tragedia. Por eso siempre, al final del acuerdo deben sentirse satisfechas tanto la familia que acusa como la del que se considera culpable.
Para los Wayuu, comentó el antropólogo, los conflictos no son una patología de la sociedad; por el contrario son eventos cíclicos inherentes a la naturaleza humana que brindan la oportunidad de recomponer las relaciones sociales de una comunidad y recuperar la confianza.
Finalmente, en medio de un escenario donde muchas miradas se vuelcan sobre la visión occidental para hallar respuestas a la resolución del conflicto, el investigador invita a rebuscar en nuestro pasado, a conocer a nuestros pueblos y a reconocer en la sabiduría indígena caminos alternativos que lleven a la reconciliación y al diálogo pacífico.
Desarmar las palabras
Desde Medellín, La Guajira se ve como una región lejana y exótica, y más aún su cultura Wayuu. Sin embargo, la charla del profesor Wilder Guerra fue muestra de las grandes enseñanzas que trae consigo el estudio de una comunidad que asume la palabra como un valor social.
Precisamente el proyecto Medellín se toma la palabra, ejecutado por la Universidad de Antioquia, la Alcaldía de Medellín y el Parque de la Vida, está liderando la campaña Desarma tus palabras, que tiene mucho que ver con las estrategias de la comunicación pacífica que utiliza el palabrero.
Respecto a la campaña, el investigador Guerra opinó que “la palabra también puede ser un vehículo de violencia y afectar una relación entre individuos o grupos sociales”, por eso invitó a valorar el uso de la palabra, porque ella tiene un peso casi tangible en la vida.
“Para algunos pueblos como el Wayuu –concluyó el académico– son casi corpóreas: se pueden pesar, tocar… porque su gente sabe que a través de ellas puede surgir una guerra o se puede construir una paz duradera”.
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