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Periódico Alma Máter

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UdeA Noticias
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Sociedad

Las trampas del desplazamiento infinito en las redes sociales

06/12/2024
Por: Natalia Piedrahita Tamayo. Periodista de la Dirección de Comunicaciones.

¿Se le ha quemado el arroz por estar viendo recetas en Tik Tok? Mientras está deleitando sus ojos con la apariencia perfecta de los videos que otros usuarios suben, le están analizando desde qué alimentos consume hasta qué lugares visita y cuánto estaría dispuesto a pagar por las cosas que le interesan, no solo en dinero, sino ¡en tiempo!  

Cuanto más tiempo pasamos haciendo scroll mas dopamina libera el cerebro. esto puede llevar a una «adicción tecnológica», similar a la que se produce con las drogas o el juego. Foto: Dirección de Comunicaciones UdeA/ Alejandra Uribe F. 

Pocos se preguntan por qué pasan tanto tiempo en redes sociales, intuyen que tiene que ver con la necesidad de estar actualizado o conectado con familiares y amigos. Puede que estos factores tengan mucho que ver, pero hay más: empresas como Duoying —dueña de Tik Tok—, Meta —propietaria de Facebook, Instagram y WhatsApp— o XCorp —de X— apelan a estrategias que incrementan el consumo de sus productos en las que no hay límites éticos con el usuario: mientras más comprometido esté su tiempo y su dinero, mayor beneficio obtendrán sus aplicaciones y programas.  

Una revisión crítica de este fenómeno relativo al consumo masivo de redes sociales —que ha generado múltiples complicaciones físicas y mentales en el consumidor— se llevó a cabo en septiembre de 2024 a través del reto Modo offline, un experimento construido por la Dirección de Bienestar de la Universidad de Antioquia. Con esta actividad se buscó desconectar a algunos estudiantes que voluntariamente participaron, que cumplían algunos requisitos para hacer parte del estudio, como el tiempo de conexión que permanecían en las redes sociales.  

Finalmente 30 voluntarios participaron de esta prueba, en la que se les desconectó a internet durante una semana. No todos terminaron el ejercicio, ya que, en el proceso, algunos abandonaron la prueba. Los que se quedaron reportaron experiencias que hicieron reflexionar a la institución sobre el uso e impacto de los dispositivos electrónicos y las redes sociales en la salud mental de los estudiantes de la Alma Mater. 

«Al comienzo del ejercicio, los estudiantes reportaron una sensación de falta, de que algo no estaba bajo su control, y esto los estresaba; también, hubo un aumento generalizado de ansiedad. Algunos de ellos tuvieron que usar sustitutos en los bolsillos para reemplazar el bulto del celular y otros se vieron en la obligación de hacer cosas que no sabían hacer. En el proceso, desertaron 10 personas. Los estudiantes que permanecieron durante todo el proceso reportaron detalles que muestran que en la cotidianidad la interacción virtual hace que se pierda conexión con la realidad inmediata: algunos alumnos no tenían memoria de cuando se subían o bajaban del bus o el tren», narró Juan Esteban Patiño González, psicólogo del Programa Educativo de Prevención de Adicciones —Pepa— de la Dirección de Bienestar de la Universidad de Antioquia.  

Perder el bus, la clase o una tarde completa por estar mirando el celular parecería banal o de menor importancia. Pero cuando esta falta de habilidades espacio- temporales se convierten en un hábito, se puede perder la vida real por estar metido en las pantallas. 

Uso compulsivo  

Este ejercicio fue un acercamiento primario que hizo Bienestar con los estudiantes de la Alma Máter, pero da pistas en un sentido más amplio sobre las consecuencias del consumo prolongado de redes sociales o la hiperconexión a los dispositivos electrónicos, especialmente el celular.  

«Al caer en el uso automático de redes como Instagram, Facebook o Tik Tok las personas configuran un comportamiento compulsivo similar a la ludopatía: hay una recompensa que genera placer por la actividad. Pero en el caso de estos programas, los algoritmos priorizan elementos de corta duración y alta dopamina. Hay una recompensa para los centros dopaminérgicos del cerebro, en la que se dan pequeños estímulos como un placer permanente, sin interrupción y aunque el placer es muy importante para los procesos de aprendizaje, al no darse de una manera regulada sino continua, sin condiciones, se afecta la gestión del placer y la frustración, que son dos elementos profundamente ligados a la salud mental del individuo», puntualizó Patiño González.  

Esa necesidad de parar ya no aparece en los diseños de los consumos. ¿Y qué efectos genera esto a largo plazo? Patiño González refiere que, aunque el placer hace parte de la vida, los mecanismos de espera neuronales —la capacidad del sujeto de decir que algo es placentero, pero que puede esperar por eso—, se desarrollan tarde en la vida con la capacidad de juicio y realidad. En el nuevo escenario, según el investigador, niños y adolescentes tienen menos capacidad de establecer límites con lo que les genera placer.  

«El video de un consumidor de cannabis nos pone mal, pero nadie ve un riesgo en que unas manos no puedan soltar los teléfonos celulares. Está en juego la contención emocional —si una persona es incapaz de regular su ira, frustración o dolor—. Para eso debe acudir al alcohol, tiene mucha mayor probabilidad de desarrollar un trastorno por uso de alcohol; lo mismo sucede con las redes sociales o las aplicaciones». 

Aunque los participantes en el reto Modo offline tuvieron grandes obstáculos en sus primeros días para asumir que no portaban sus celulares, después de una semana la mayoría refirió una sensación de liberación y tranquilidad. La interacción no atravesada por el dispositivo aumentó con sus familiares y amigos. En todos los casos hubo un aprendizaje de que muchas otras interacciones se daban separándose de sus celulares y tabletas. Saque sus propias conclusiones. 

Desplazamiento ad infinitum 

La Dirección de Bienestar analiza el comportamiento de consumo de redes sociales de estudiantes de la Alma Mater. Foto: Dirección de Comunicaciones UdeA/ Alejandra Uribe F. 

En todo esto hay un patrón normalizado que hace que el consumidor no se desenganche o que le quede muy difícil hacerlo, ya que es poco placentero: el scroll o desplazamiento. Esta acción, pasar de publicación en publicación en las redes sociales con el dedo, una, dos, tres, cuatro y enésimas veces, provee imágenes sugestivas que doblegan la voluntad del usuario ofreciéndole información que quiere recibir: conocer gente, mantener un estatus, comprar productos, organizar —virtualmente— su entorno inmediato, entre otros patrones.  

Como la atención es la moneda de cambio de la actualidad, las plataformas utilizan estrategias para que el usuario caiga en el juego del desplazamiento infinito. Para lograrlo, la red social debe conocer cuáles son sus búsquedas, qué productos consume, por qué rutas viaja y dónde se detiene, qué páginas visita en internet, qué habla en el chat, o qué le pregunta a Siri, Alexa o Gemini, asistentes virtuales que te «ayudan», a cambio de tu información.  

Sentido crítico 

Aunque las plataformas se aseguran muy bien de trazar sus algoritmos, también se necesita de la complicidad del usuario para funcionar. Por esto, el mensaje no es evitar consumir internet, sino de establecer los límites de tiempo y no perder la realidad que nos rodea.  

«El sentido crítico siempre será un buen aliado, pero no basta con él. También hay que ser desconfiado, generar control o cambios en las formas de interacción, de modo que yo sea quien las controle, no ellas a mí. Está temprano para saber si este incremento de la digitalización de la realidad es mejor o peor, pero el consenso es que es cualitativamente distinto, es decir, que la relación del sujeto con el espacio, o con el otro, está siendo modificada por los dispositivos inteligentes», sintetizó Patiño González. 

Como sucedió con el experimento de Modo offline, en el que se identificaron patrones de adicción a dispositivos móviles en los estudiantes —lo que le hizo difícil asimilar reacciones espacio-temporales—, las redes sociales están generando una preocupación global, debido al impacto en la salud física y mental. Según el investigador, no es un asunto menor, ya que los patrones conductuales adictivos de internet podrían ser mayores que los que generan muchas sustancias psicoactivas ilegales

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