Opinión

Medellín, la ciudad reconocida como «el mejor destino de escapada en Suramérica» —2016, 2020 y 2021—, «mejor destino de reuniones y conferencias» —2014 y 2015—, cuna de la cuarta revolución industrial, la ciudad más Innovadora, la ciudad de un hogar para la vida, la ciudad futuro y ahora «creemos en vos», es también la misma ciudad donde ser niño implica estar en constante riesgo. Esto se debe a que, mes tras mes, surgen titulares que muestran cómo la seguridad de los menores se ve comprometida.

Los incidentes de maltrato físico y las noticias de abuso sexual por parte de padres, padrastros y cuidadores, como ocurrió recientemente en una Unidad de Buen Comienzo, son ejemplos de lo que tristemente se está volviendo habitual. Todos somos responsables del cuidado y protección de los menores, quienes por naturaleza son vulnerables. Y las administraciones tienen una gran responsabilidad en la promoción y prevención del cuidado de los niños. Sin embargo, las autoridades locales, incluida la administración actual, no han abordado el tema de manera integral.

Aunque los delitos sexuales contra menores y la prostitución infantil no son fenómenos nuevos ni resultado del auge turístico que vive la ciudad, las administraciones han sido inoperantes ante este problema. En lugar de tomar medidas concretas para abordar estas preocupaciones, las autoridades parecen contentarse con cumplir algunos indicadores relacionados con la educación y la alimentación, como el Plan de Alimentación Escolar —PAE— o la entrega de equipos de cómputo.

Desafortunadamente, para esos niños que han sido víctimas de abuso sexual y prostitución infantil, no se ha destinado ni el recurso más mínimo para una campaña que recuerde a la ciudadanía que estos actos no deben normalizarse. Es desconcertante que como sociedad normalicemos la prostitución infantil, pero es aún más preocupante que necesitemos una campaña para recordarnos que los niños no deben ser tocados y que debemos denunciar cualquier acto que comprometa su seguridad.

En una ciudad donde se invierte en campañas publicitarias a través de prensa, cuñas radiales y de televisión, pasacalles, incluso volantes para promover premios y reconocimientos de escaso valor, resulta asombroso que no se destinen recursos para proteger a los menores.

Sin embargo, las administraciones, que cuentan con los recursos y la capacidad para abordar estos problemas, no son las únicas responsables. Los adultos también hemos fallado a los niños. Es inconcebible que nadie se haya dado cuenta de que los menores están siendo inducidos a la prostitución. ¿Cómo es posible que, a la vista de tantos ciudadanos, visitantes e incluso autoridades, los menores participen en esta actividad y nadie diga nada? ¿Cómo es posible que nadie sospeche que estos menores probablemente están siendo utilizados por una red que no tiene el menor respeto por la vida de los más vulnerables?

Las preguntas que surgen son inquietantes: ¿Cómo llega un niño a la prostitución? ¿Existen redes de proxenetas que trabajan con menores? Y la pregunta más dolorosa de todas: ¿Por qué nadie denuncia estos hechos?

El llamado de hoy es a que las autoridades promuevan planes y procesos de socialización que eduquen a la ciudadanía sobre la importancia de proteger a los niños y que todos somos responsables de denunciar cualquier acto irregular que vulnere sus derechos. Ya es suficiente con promover eslóganes y reconocimientos vacíos que no aportan nada a la protección de la niñez y que, en última instancia, ponen en riesgo su seguridad.

Nota: Al momento de escribir este artículo, se produjo la lamentable noticia de una brutal golpiza a un niño de 3 años en el municipio de Itagüí. Todo mal.

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