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Paz campesina: tres claves para entenderla

12/08/2025
Por: Jorge Andrés Aristizábal Gómez. Estudiante de la Maestría en Estudios Socioespaciales de la UdeA.

«En medio de todas las violencias y carencias, la paz campesina ya existe. No necesita ser «implementada», sino reconocida, fortalecida y protegida. Para eso, hay que cambiar el lente: dejar de ver al campo solo como víctima o como territorio a intervenir, y empezar a verlo como sujeto político, con agencia, historia y propuestas. La paz, desde el campo, es profundamente humana, pero también profundamente más que humana: Es territorial, cotidiana y práctica».

Cuando hablamos de paz en Colombia, solemos imaginar acuerdos entre actores armados, procesos institucionales o políticas públicas. Poco se habla de esas otras formas de paz que se construyen día a día, en silencio, desde las laderas, los ríos y los cultivos. La paz campesina no es una abstracción: es una forma de vivir, resistir y cuidar la vida en medio de múltiples violencias; y para comprenderla, es necesario mirar más allá de los discursos oficiales.

Desde los territorios campesinos es evidente que la paz no puede entenderse sin atender al contexto en el que se construye. Aquí comparto tres claves que han venido apareciendo en el marco de mi investigación de maestría (1) que permiten comprender mejor qué es la paz campesina y por qué es urgente incorporarla al debate académico y público. Para evitar la teorización excesiva, procuro mencionar algunos ejemplos concretos que yo mismo he podido evidenciar en mi trabajo de campo en los municipios de Argelia y Nariño, en el suroriente antioqueño.

La paz campesina se teje entre humanos y no-humanos. Pensar la paz en clave campesina implica romper con la idea de que la naturaleza está separada de la vida social. En el campo, los ríos, la tierra, las semillas o el páramo no son simples recursos: son parte esencial de las relaciones que sostienen la vida. La violencia, cuando llega, no solo afecta a las personas, sino que interrumpe vínculos profundos con estos elementos.

Pensemos, por ejemplo, en el sentido que puede tener un río para la vida de una comunidad en una vereda de Argelia o Nariño. Probablemente vendrán a nuestra mente imágenes de encuentros, de pesca, de sancochos comunitarios y actividades familiares. Estas representaciones, que no se alejan de la realidad de estos territorios, revelan hasta qué punto lo no-humano hace parte de las formas de vida campesinas. Sin embargo, estos mismos ríos han sido objeto de disputa. Proyectos hidroeléctricos han intentado instalarse en muchos de ellos, despertando la movilización social y las exigencias del campesinado de que se les tenga en cuenta al momento de ordenar su territorio. Lo que está en juego no es solo el agua: es la posibilidad de seguir viviendo en relación con ella de una forma que respete la vida campesina.

Por eso, no se puede analizar la paz sin reconocer cómo los bienes comunes —agua, tierra, semillas— son defendidos activamente por las comunidades. La resistencia, en este sentido, no es solo contra un actor armado o una empresa extractiva: es también una defensa de la forma de vida que el campesinado ha construido durante generaciones.

La paz campesina es territorial. A diferencia de las políticas de paz que se diseñan desde los centros urbanos y que muchas veces no entienden la realidad rural, la paz campesina surge desde el territorio. Cada región tiene sus propias dinámicas, amenazas y formas de resistencia. Por eso, pensar la paz desde el campo exige un enfoque territorial, que reconozca las particularidades de cada contexto.

En municipios como Argelia o Nariño, la construcción de paz enfrenta retos muy concretos: menor presencia de organizaciones de apoyo, migraciones que dificultan el relevo generacional, y políticas estatales que han incentivado la lógica del «asistencialismo» en lugar del trabajo colectivo. Aun así, las comunidades han encontrado formas de sostener sus procesos: las escuelas rurales funcionan como espacios de encuentro; los centros de salud, como lugares de organización; y las madres buscadoras han liderado gestos de reconciliación que serían imposibles de entender sin atender a las dinámicas locales.

Este enfoque permite no solo ver de dónde nace la paz, sino también hacia dónde se dirige: al sostenimiento de la identidad campesina frente a las presiones del mercado, del Estado y de los actores armados. Resistir, en este sentido, es permanecer, retornar, reunirse, cultivar. Son acciones cotidianas que territorializan la paz.

La paz campesina es cotidiana y se construye desde la práctica. La paz no siempre es épica. No siempre aparece en grandes titulares. En el mundo campesino, muchas de las acciones que contribuyen a la paz se hacen sin cámaras, sin discursos, sin financiación internacional. Son prácticas insertas en la vida diaria: sembrar, asociarse, compartir semillas, cuidar la tierra.

Estos saberes campesinos, transmitidos de generación en generación, no son solo técnicas agrícolas. Son formas de habitar el mundo, de relacionarse con otros seres vivos, de resistir a la violencia desde la cotidianidad. Por eso, cuando actores armados imponen cultivos ilícitos o cuando el Estado promueve políticas extractivas, no solo cambian las dinámicas económicas: se afecta la identidad misma de las comunidades.

Un ejemplo significativo: En Argelia y Nariño, muchos campesinos se vieron forzados a cultivar coca, desplazando la caña o el café, que eran tradicionales. Sin embargo, también hubo quienes optaron por desplazarse a otras veredas para mantener sus cultivos y sus prácticas. Ese acto —el de desplazarse para no permitir una imposición en las formas de vida y prácticas productivas— puede interpretarse también una forma de resistencia y de construcción de paz (2).

Una paz que ya existe. En medio de todas las violencias y carencias, la paz campesina ya existe. No necesita ser «implementada», sino reconocida, fortalecida y protegida. Para eso, hay que cambiar el lente: dejar de ver al campo solo como víctima o como territorio a intervenir, y empezar a verlo como sujeto político, con agencia, historia y propuestas. La paz, desde el campo, es profundamente humana, pero también profundamente más que humana: Es territorial, cotidiana y práctica.

Referencias
1. Dicha investigación ha sido posible gracias a la pasantía de investigación que adelanto en el proyecto Codi 2022- 52615 «Observatorio ruralidad y paz. Prácticas, saberes y resistencias étnicas y campesinas en Oriente antioqueño y el gran Urabá 2002 - 2022».
2. Esto sin desconocer que, al mismo tiempo, se ejerce una forma de violencia y victimización hacia esta población.

 

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Notas:

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