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La oposición colombiana: ¿sin opción futura?

12/05/2025
Por: Heberto Tapias García. Profesor de Ingeniería Química de la UdeA.

«Una oposición sin proyecto no es inofensiva. Es profundamente dañina. Alimenta el cinismo, incrementa la polarización y erosiona la confianza en las instituciones democráticas.Colombia no necesita una oposición que idealice el pasado. Necesita una oposición comprometida con la construcción del futuro, con propuestas pertinentes, ética política y auténtica empatía social. Mientras sus líderes sigan creyéndose superiores, ungidos por una divinidad, al servicio de intereses mezquinos, seguirán siendo parte del problema, no de la solución».

Sebastián Sanint, empresario colombiano, expone en su artículo «El país contra un solo hombre», publicado en redes sociales, un diagnóstico claro y contundente sobre la crisis que atraviesa la oposición de cara a las elecciones de 2026. La describe como una fuerza desorientada, sin propuestas ni rumbo, incapaz de construir un proyecto político alternativo o de articular un relato cohesionado. Según Sanint, su accionar responde únicamente a una reacción visceral contra el presidente Petro, sin ofrecer ideas inspiradoras ni propuestas conectadas con las demandas sociales.

La oposición —sostiene— está fragmentada por egos y oportunismos, atrapada en discursos obsoletos como el de la seguridad, y alejada de los clamores ciudadanos por justicia social y transformación. Se comporta como si «la historia estuviera escrita y Colombia fuera una línea recta». Frente a una larga continuidad de desigualdad, violencia, impunidad y cinismo, Sanint concluye que se trata de una oposición sin relato, sin proyecto, sin norte, sin figuras carismáticas ni estrategias efectivas. Está sumida en una crisis no solo de poder, sino también de imaginación y legitimidad.

Sanint no se equivoca en sus apreciaciones. Los líderes de la oposición, según sus propias palabras, son torpes, tercos, miopes, vanidosos y egocéntricos. No convencen porque no proponen; carecen de ideas transformadoras y de visión de futuro. Todo en ellos es reacción. No interpretan las necesidades de los jóvenes ni del campesinado, y le dan la espalda a la clase trabajadora al oponerse, por ejemplo, a una reforma laboral. Rechazan cualquier intento de transformación social con el único propósito de obstruir al gobierno de Petro. Son líderes sin calle y sin sensibilidad social. La caracterización de Sanint no podría ser más precisa.

De sus filas no emergen análisis rigurosos ni propuestas serias que aborden los problemas estructurales del país. Frente a los desafíos actuales, en un contexto de tensiones geopolíticas globales, han optado por la ruta más cómoda: refugiarse en el pasado, defender el elitismo, propagar desinformación y lanzar ataques personales contra el presidente. Actúan como si Colombia no hubiera cambiado, repitiendo fórmulas gastadas y consignas vacías que ya no movilizan a una ciudadanía cansada de la precariedad y la injusticia.

Los referentes más visibles de la oposición —afirma Sanint— están «bien vestidos y hablados, sin calle, sin barrio, sin panadería; les falta taxi». Es decir, están completamente desconectados de la realidad popular y no escuchan a la gente común. Parecen más preocupados por las disputas internas y por conservar los privilegios de una élite político-económica que por construir un futuro más justo para el país. Su desconexión se refleja en el desinterés hacia quienes encarnan el rostro cotidiano de Colombia: el taxista, la madre cabeza de hogar, el campesino, el trabajador informal, el joven sin oportunidades. Simulan empatía con gestos vacíos —ordeñando una vaca, manejando un camión, comiendo una empanada o abrazando transeúntes—, pero esa teatralidad no sustituye la ausencia de propuestas concretas frente a las angustias históricas de la población.

Sanint no rescata a nadie. Asegura que Germán Vargas Lleras «murió con el coscorrón»; que Claudia López carece de una definición política clara; que Sergio Fajardo y Alejandro Gaviria son «profesores en clase virtual», distantes y poco carismáticos; y que las posibles candidatas del uribismo, Vicky Dávila y María Fernanda Cabal, siguen «hipnotizadas por la campaña de 2002», aferradas a una desgastada «seguridad democrática».

La oposición no se presenta como una alternativa legítima de gobierno. No ofrece soluciones a problemas estructurales como la pobreza, el desempleo o el acceso a una educación pública de calidad. Tampoco articula un discurso coherente frente a las múltiples formas de exclusión que viven comunidades indígenas, afrodescendientes o las mujeres. En lugar de ello, se limita a atacar al presidente con discursos agresivos e incluso injuriosos, y a obstaculizar en el Congreso las reformas del gobierno, amplificadas por redes sociales y medios de comunicación que, lejos de promover un debate riguroso, editorializan con tonos de indignación prefabricada.

Esta dinámica no solo empobrece el debate público, sino que profundiza la distancia entre los políticos de oposición y una ciudadanía que clama por respuestas concretas y transformadoras.

Lo más grave —advierte Sanint— es la ausencia total de autocrítica. La oposición no reconoce que su nostalgia por un «orden perdido» es, en realidad, el anhelo por un sistema que históricamente excluyó a las mayorías. Al evadir los debates sobre reformas sociales, no solo bloquean al gobierno: traicionan los principios básicos de la democracia. Su estrategia se reduce a esperar que el desgaste del gobierno les devuelva el poder. Pero no tienen un plan claro para gobernar. Confunden la crítica con la propuesta, y el poder con la capacidad real de transformación.

Sanint no exonera al gobierno de sus errores, pero insiste en que la oposición ha renunciado a su papel fundamental en una democracia: ser un contrapeso con ideas, no con obstrucción. Mientras el país exige cambios urgentes, la oposición sigue aferrada a temas que ya no representan las prioridades de los ciudadanos. Su insistencia en la seguridad ignora que la violencia no se combate solo con armas, sino también con oportunidades.

Su defensa de la inversión privada omite la necesidad de regulaciones que protejan a los trabajadores. Y su apelación a la institucionalidad resulta hueca, incluso cínica, cuando está marcada por antecedentes de corrupción, clientelismo, chuzadas, manipulación electoral y persecución a la disidencia política.

El análisis de Sanint es, en esencia, una advertencia: una oposición sin proyecto no es inofensiva. Es profundamente dañina. Alimenta el cinismo, incrementa la polarización y erosiona la confianza en las instituciones democráticas.Colombia no necesita una oposición que idealice el pasado. Necesita una oposición comprometida con la construcción del futuro, con propuestas pertinentes, ética política y auténtica empatía social. Mientras sus líderes sigan creyéndose superiores, ungidos por una divinidad, al servicio de intereses mezquinos, seguirán siendo parte del problema, no de la solución.

Se requiere una oposición que entienda el momento histórico que vivimos y escuche a las mayorías con humildad y compromiso. Una oposición que abandone la reacción instintiva y asuma un rol verdaderamente propositivo; que deje atrás los atajos del populismo punitivo y del marketing superficial para afrontar, con rigor y sensibilidad, el reto de diseñar un proyecto democrático, plural y progresista.

Pero esta renovación no será posible sin una autocrítica profunda y sin la apertura de espacios reales para nuevos liderazgos: aquellos que emergen desde los territorios, desde las juventudes, desde los sectores históricamente marginados. Solo así la oposición podrá dejar de ser una fuerza del pasado para convertirse en una alternativa creíble y necesaria para el porvenir de Colombia.

Sin una oposición seria, crítica y creativa, no hay democracia sana.

 


Notas:

1. Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia. Los autores son responsables social y legalmente por sus opiniones.

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