Z7_89C21A40L06460A6P4572G3304
Clic aquí para ir a la página gov.co
Z7_89C21A40L06460A6P4572G3305

Opinión

Z7_89C21A40L06460A6P4572G3307
UdeA Noticias
Z7_89C21A40L06460A6P4572G3386
Opinión

El Arte de Marear: retórica circular y defensa de lo Indefendible

17/02/2025
Por: Luis Miguel Ramírez Aristeguieta. Profesor de la Facultad de Odontología de la UdeA*

«La alocución no dejó dudas sobre una realidad innegable: su gobierno no es la transformación que prometió, sino una repetición de las mismas prácticas corruptas que decía combatir, una farsa del cambio. Defiende a sus aliados a costa de su credibilidad, desacredita a quienes lo cuestionan y convierte cualquier crítica en un ataque contra su supuesta revolución. Colombia sigue atrapada en el ciclo de megalómanos sin contención…unos sutilmente mejores y la gran mayoría impresentables».

La reciente alocución de Gustavo Petro ante su consejo de ministros dejó expuesta, una vez más, la esencia de su estilo: una combinación de autoritarismo, verborrea interminable y una defensa descarada de figuras políticas que cualquier otro mandatario habría desterrado del poder por decencia mínima. Con su retórica mareadora, intentó justificar lo indefendible y elevarlo a virtud. Sin embargo, el evento tuvo el efecto contrario: puso en evidencia las fracturas dentro de su equipo, lo que provocó la renuncia de varios.

Petro no gobierna con hechos, sino con discursos que se extienden en círculos interminables, cargados de referencias históricas que poco o nada aportan a la realidad inmediata del país. En su intervención, se pudo notar cómo su tono oscilaba entre la imposición absoluta y la manipulación emocional. La constante utilización de órdenes directas —yo…yo…yo—, revela un estilo de liderazgo verticalista en el que la deliberación brilla por su ausencia. Su gobierno de aparentes decisiones colectivas no es más que el acatamiento de sus mandatos, una dictadura de la palabra, un liderazgo panfletario. Pero lo más alarmante es cómo pretende disfrazar su narrativa bajo una retórica «humanista» —ya no izquierdista, ni wokista ni progresista—, utilizando términos como «transformación» o «pueblo» para revestir sus decisiones de una falsa legitimidad popular. Un pueblo que, según su paranoia, saldrá a defenderlo a muerte cuando intenten defenestrarlo. Su discurso sobre las mujeres fue revelador y contradictorio: se dice su defensor, pero reproduce estereotipos misóginos disfrazados de «progresismo».

Una de sus afirmaciones más polémicas fue comparar a un político cuestionado con un insurgente de trayectoria opuesta. Mientras uno fue un idealista y un luchador por la justicia social, el otro carga con un historial de excesos, abuso de poder y escándalos que lo han convertido en símbolo de la degradación moral del poder al defender lo inexcusable, el mandatario banalizó la historia del insurgente y desató indignación en su gabinete, causando renuncias y profundizando la fractura interna. Lejos de apartar a figuras desgastadas por el desprestigio, las recicla en cargos estratégicos o creados a conveniencia, trasladándolas de un puesto a otro sin importar su rechazo popular. Lo preocupante no es solo su historial de corrupción y excesos, sino la ceguera política del líder, quien sigue aferrado a personajes que representan todo lo que su discurso decía combatir. La vicepresidenta lo sintetiza en su pregunta: ¿Cuál paz total?

Otro ejemplo es la fulgurante promoción de su «mejor» funcionaria, sin experiencia a la cabeza de la política exterior. Algunos, con ironía, la llaman la verdadera presidenta, dada la ausencia reiterada del mandatario y su papel de «filtro» sobre Petro. Su único mérito visible es la confianza ciega del mandatario, quien prioriza la lealtad sobre la competencia. Esta lógica no es accidental, sino un patrón donde la afinidad personal pesa más que la idoneidad, consolidando un círculo de poder basado en la obediencia más que en la capacidad. Mientras se blindan los suyos, se perpetúa la misma maquinaria que impide cualquier verdadera transformación. 

La alocución no dejó dudas sobre una realidad innegable: su gobierno no es la transformación que prometió, sino una repetición de las mismas prácticas corruptas que decía combatir, una farsa del cambio. Defiende a sus aliados a costa de su credibilidad, desacredita a quienes lo cuestionan y convierte cualquier crítica en un ataque contra su supuesta revolución. Colombia sigue atrapada en el ciclo de megalómanos sin contención…unos sutilmente mejores y la gran mayoría impresentables. Lo que queda en el aire es una pregunta inevitable: ¿Hasta cuándo? En la Colombia de Petro, el poder no se gana por mérito, sino por lealtad incondicional.

La megalomanía y la manipulación retórica han sido constantes en regímenes autoritarios y populistas. Paradójicamente, el líder que más menciona Petro es Hitler, quien también usó discursos interminables para justificar su destino inevitable. Recurrió a la idea de un enemigo externo e interno —sectas—, que amenazan el bienestar del pueblo. Otro igual, Mussolini que se autoproclamaba como la única figura capaz de redimir el país de su decadencia. Su retórica, de tono paternalista y postura impositiva, no permitía el debate sobre decisiones. Sus discursos agotaban la resistencia de sus interlocutores.

Así mismo, Fidel Castro llevó al extremo el discurso prolongado como arma de manipulación. Divagaba sobre todo, manteniendo a su audiencia en un estado de confusión y agotamiento. Reforzó su imagen de único líder capaz de comprender y decidir sobre la complejidad del mundo. Una narrativa similar a la de Stalin, larga, ambigua, interminable que evitaba respuestas directas, y cualquiera que discrepara era visto como un traidor.
Y el muy recordado Hugo Chávez, que dominaba la retórica populista, paternalista, la única esperanza del pueblo. Su estilo incluía constantes referencias a la lucha histórica, la demonización de la oposición y la promesa de un futuro utópico que sólo él podía ver y materializar. Su autoglorificación, de líder a mesías, fue un bálsamo clave de su discurso empoderador. Sus discursos de manipulación emocional lograron desviar la atención de sus errores, justificar lo injustificable y perpetuarse en el poder. Estos referentes nos obligan a reconocer los patrones y entender cómo se manipula la opinión para su beneficio.

Es la relación entre un padre errático y un hijo indefenso. Imponer su voluntad sin réplica es como ese padre que exige respeto incondicional a su arbitrariedad para doblegar, no convencer. Los pueblos, como hijos atrapados, terminan oscilando entre la resignación y la impotencia, soportando la imposición de un destino que nunca eligieron. Petro no deja espacio a la deliberación o al disenso y se ve como una figura imprescindible para el progreso, un agente clave de la historia nacional, un egocéntrico de marras. Su tono sugiere que es el único que posee una visión correcta, la comprensión adecuada de la historia y la política, lo que obliga a sus ministros a seguir su línea sin cuestionamientos. Su narrativa errática revela una desconexión con la realidad. Petro exhibió una retórica autoritaria, marcada por la autoglorificación y la sobreintelectualización. Defendió lo indefendible con discursos que marean, confunden y eluden respuestas, ¿No es descorazonador ver a un pueblo resignado ante la voluntad caprichosa de un líder que ahora se esconde tras un reconfigurado «humanismo»?

La historia demuestra que la palabra es el arma más poderosa del poder, capaz de moldear realidades o encubrirlas. Cada era ha tenido su caudillo de la retórica, su líder mesiánico que, con discursos interminables, ha convencido a pueblos enteros de su supuesta misión redentora. Pero siempre se esconde la misma constante: el abuso de poder disfrazado de destino inevitable.  El populismo de ayer es el de hoy, solo cambian los nombres y las banderas. Pero el patrón persiste: discursos largos y provocadores para evitar respuestas, distorsión de la historia para justificar lo injustificable y un poder basado en la lealtad, no en la capacidad. La única defensa ante este juego de espejos es la memoria y el pensamiento crítico.  
Si un líder habla demasiado para sostenerse, es porque sus actos no pueden hacerlo. La verdadera pregunta no es cuánto más se repetirá esta historia, sino si esta vez aprenderemos de ella.  

Plus: Coherencia: ser afín al gobierno de Petro y luego decir «no más» al analizarlo críticamente. Esperemos que en lo que resta de su gobierno, las decisiones sean consensuadas y debatidas sin medir una «supuesta lealtad».
 

 


Notas:

1. Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia. Los autores son responsables social y legalmente por sus opiniones.

2. Si desea participar en este espacio, envíe sus opiniones y/o reflexiones sobre cualquier tema de actualidad al correo columnasdeopinion@udea.edu.co. Revise previamente los Lineamientos para la postulación de columnas de opinión.

Z7_89C21A40L06460A6P4572G3385
Z7_89C21A40L06460A6P4572G3387
Z7_89C21A40L06460A6P4572G33O4
Z7_89C21A40L06460A6P4572G33O6
Lo más popular
Z7_89C21A40L06460A6P4572G3340