«En mis tiempos»
«En mis tiempos»
«En mis tiempos de estudiante y luego de profesor, al Alma Máter no le cabía un alma. Ahora es que no le cabe un ventero más. Recuerdo, por ejemplo, la animada vida cineclubista. Cómo Pulp Movies movilizaba a hordas de peludos que, sagradamente, atiborraban el auditorio Luis Alberto Álvarez los viernes a las 2 p. m. (...) Pero, ya no. Ni con humo ni sin humo. Ni con vino ni sin vino. Yo, que he coordinado durante años el cineclub de Estudios Fílmicos, y he ido a otros tantos cineclubes, a veces me he encontrado con una asistencia de dos o tres almas. Nada más triste. Y a veces ningún alma».
Si algo bueno tenemos los de la UdeA —«los más tesos de la UdeA»—, es que nos sobra calle. Papas bomba por aquí, sancochos por allá, Aeropuerto propio acullá. Y eso ya nos viene desde chiquitos. Cuando era imberbe e indisciplinado, estudiaba «en el Pascual» —en el Pascual Bravo—, donde se me inició en el arte de eludir piedras, llorar con gases lacrimógenos e infartarme gracias a las papas bomba. Pero también, entre el humo y el ruido, había tiempo para estudiar. Y mucho. A uno de nuestros profes de mecánica industrial le decían —le decíamos— «En mis tiempos». Era un remoquete tradicional. Pasado de generación en generación. Y le decían así —le decíamos— porque «En mis tiempos» vivía más en sus tiempos pasados que en nuestros tiempos presentes. Recordaba, añoraba y gemía por todo aquello ya ido y que nunca más iba a volver. Siempre iniciando cualquier nostálgico apunte con un «En mis tiempos...». Es decir, el remoquete se lo tenía más que ganado. Lo veíamos cucho, a lo mejor no era tan cucho, pero nos sentíamos a siglos de ser como él. Pero, como todo en la vida, uno termina por convertirse en aquel cucho del que uno siempre se ha mofado. Y ahora, en estos tiempos, parece que ese soy yo.
Porque en mis tiempos de estudiante y luego de profesor, al Alma Máter no le cabía un alma. Ahora es que no le cabe un ventero más. Recuerdo, por ejemplo, la animada vida cineclubista. Cómo Pulp Movies movilizaba a hordas de peludos que, sagradamente, atiborraban el auditorio Luis Alberto Álvarez los viernes a las 2 p. m. Mientras pasaban la película, ellos atrás, muy atrás se pasaban unos cigarrillos non santos. ¿Sí ven? Es que lo nuestro siempre ha sido el humo... Adelante, muy adelante, se pasaban —nos pasábamos— un vino dulce y barato. Qué —en mis— tiempos. Pero, ya no. Ni con humo ni sin humo. Ni con vino ni sin vino. Yo, que he coordinado durante años el cineclub de Estudios Fílmicos, y he ido a otros tantos cineclubes, a veces me he encontrado con una asistencia de dos o tres almas. Nada más triste. Y a veces ningún alma. Peor. Es decir, como si la UdeA se hubiera convertido realmente en una universidad privada donde la gente va, cumple —hace shopping como en Eafit— y se va. En algunos casos, para sus fincas. Y se los aseguro que es así. Yo sé de lo que hablo. Porque, para poder ser profe de la U, me tocó un largo peregrinaje por casi todas las universidades privadas de Medellín. Eso de engordar la hoja de vida —la hoja debida— que llaman. Pero, ¿para qué? Para encontrarme de nuevo con lo mismo...
Y se pregunta uno al borde de la desazón, dónde está todo el mundo. ¿Tal vez viendo una serie en Netflix? Plausible. ¿O trabajando? Plausible aún más. Porque ya la figura del estudiante-trabajador es más la regla que la excepción. Como a una colega a quien le escribió hace poco una estudiante: «Profe, yo trabajo todo el día y tengo poco tiempo para estudiar. Entonces, ¿cómo vamos a hacer?»...
Pero no todo está perdido. Porque eso sí, si quieren un ambiente bulloso y animado, les recomiendo que vayan, ni siquiera al frente, al Callejón, porque en mis tiempos a eso sí que no le cabía un alma procedente del Alma Máter. Vayan mejor, a cualquier hora del día, a la Biblioteca Central. Eso allá es el que más grite y se ría y se carcajee. Aunque, en mis tiempos, eso también era así… el silencio nunca ha sido propio de nuestras bibliotecas. Lo que resulta paradójico porque, donde podrían hacer todo eso, gritar, reír y carcajearse, es decir, en las mesas de los corredores, ello no es posible porque están casi todas están llenas de mercancías al mando de ocupados y circunspectos venteros. Bueno, también con música. Es decir, la vida (universitaria) al revés. Ah, y se me olvidaba. También plenas de humo. Esta vez de la grasa de unas cosas que fritan por ahí.
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