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¿Aislamiento?
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¿Aislamiento?
¿Aislamiento?
Por: Selnich Vivas Hurtado
Nunca estamos solas. Somos de hecho una confluencia y un trasegar incesantes de innumerables organismos que nos habitan y que habitamos, de tiempos lejanos y en tiempos venideros. En consecuencia, es imposible afirmar que, siquiera, por un instante, estamos separadas del tejido que constituye la vida. Es indudable: somos parte de la inconmensurabilidad cósmica, de las energías ocultas en el ayer, de las profundidades del olvido, de la sabiduría del relieve, de los sueños del pájaro. Pero una de las imaginaciones más apasionadas y menos estériles de la especie humana es suponer que ella requiere de la clasificación y posterior inferiorización de los astros, las especies, los países, los humanos, los sexos, las lenguas, las disciplinas.
Exigir la separación entre el sujeto y el objeto, bajo el principio de la neutralidad científica, es quizás el ejemplo más ilustre de las grandes equivocaciones civilizatorias. Lo humano se asume como lo opuesto a la naturaleza. Con el fin de estudiarla, de apropiarse de ella, la nombra cosa. Lo uno y lo otro son, por supuesto, inadecuados. Conocer el mundo es imposible mientras nos sustraigamos de él; adueñarse de la Madre Tierra, lo ajeno, hace insostenible la propia existencia dentro del planeta.
El encierro en una isla es una condena al revés. Dimite con los mensajes venidos de todas partes del mundo; el viento y el oleaje son testigos del diálogo entre los alimentos. La memoria de las especies es testigo de nuestro parentesco con el murciélago y el pangolín.
Queremos aislar el alma del cuerpo, la razón del sentimiento, la mujer del hombre, el enfermo del sano, pero ninguno de estos procedimientos, por bien intencionados que parezcan, alcanza su cometido. Por el contrario, incrementan la celebración de ser juntas. Una isla jamás está separada de las otras. Las islas de un archipiélago, los continentes, siempre están interconectadas, gracias al mar, al aire, a la tierra. El encierro en una isla es una condena al revés. Dimite con los mensajes venidos de todas partes del mundo; el viento y el oleaje son testigos del diálogo entre los alimentos. La memoria de las especies es testigo de nuestro parentesco con el murciélago y el pangolín. Solo la fe en la superioridad humana hace posible que olvidemos la fragilidad connatural que, por simple que resulte, se torna perceptible y a la vez preocupante justo cuando violentamos esos parentescos. Estamos separadas dentro del mundo.
Alejarnos del mundo nos recuerda que coexistimos biocentrados. No hay ni una célula que esté fuera de relación con las moléculas del universo. Por diminutas e invisibles que sean esas partículas pueden arrebatarnos el aliento de vida. Basta que nosotros contribuyamos a acelerar la destrucción de los ecosistemas y, por ende, a la supresión de las especies para que ellas emprendan su defensa. Cada ser, en fragilidad igual a la humana, reacciona con fuerza cuando se le despoja del derecho a la vida digna. Alterar las configuraciones milenarias evidencia nuestra minoría de edad; restaurarlas y cuidarlas, nuestra grandeza.
Alejarnos del mundo nos recuerda que coexistimos biocentrados. No hay ni una célula que esté fuera de relación con las moléculas del universo.
Si el planeta nos invita a refugiarnos en el espacio interior es porque está cansado de los ritmos productivos devastadores. Tres meses atrás no hubiéramos dado crédito a cambios tan maravillosos y positivos. Bastó un «quédate en casa» para que nos diéramos cuenta de que, sin humanos en las calles, era posible concederle la transparencia al aire y la libertad a los animales. El refugiarnos en casa inoculó en todas nosotras un antídoto fulminante contra el consumismo. Nos devolvió la confianza en el afecto, el diálogo con las voces que nos habitan y la conciencia sobre el alimento sano. Aunque todavía falte mucho, aunque algunos enfermen por la imposibilidad de comprar compulsivamente, hoy sentimos que es necesario sembrar y compartir el alimento con el territorio, cuidar la pequeña parcela espiritual. Tales serán los innovadores principios del desarrollo futuro, comunitario: aislarnos para volvernos a conectar.