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Alfredo Molano Bravo

Hoy ha muerto el maestro de la sociología colombiana Alfredo Molano Bravo, quien consagró su vida a descubrir el rostro verdadero del país profundo que no aparece en los grandes medios de comunicación ni siquiera en los informes oficiales, salvo en las crónicas de sangre, aquel nunca visto por “la gente de bien” de las ciudades, el país de los colonos, desterrados y desheredados.

Nadie como él ha recorrido a pie, calzado con sus infaltables Converse, y a lomo de mula o en chalupa o chiva, los más recónditos paisajes de la Colombia diversa, sus esteros, llanos y páramos, los manglares, morichales y humedales, donde han ido a parar millares de campesinos pobres despojados de sus tierras, obligados cada vez a expandir la frontera agrícola al tiempo que se van marcando los límites de la guerra y la paz en los territorios. Escuchando sus historias en las largas noches, fue cultivando el difícil arte de dejarse interpelar por el otro, aun a riesgo de transformar o al menos hacer tambalear nuestras convicciones más arraigadas.

A su retorno desencantado de París en los años setenta del siglo veinte, dejando atrás sus pergaminos de sociólogo de academia, creyó sentirse mejor preparado para recoger en su inseparable cuaderno de notas los testimonios de los de abajo, poniendo a prueba su mirada aguda de etnógrafo o historiador o novelista. En sus manos la fuente oral era traducida en un relato nutrido de matices en las modulaciones del habla, en los gestos y miradas de sus interlocutores, en los detalles de humanidad que dibujan rostros surcados por el tiempo, como son sus historias de vida itinerantes entre la creación literaria, la crónica periodística, la historia, la sociología. A lo largo de cincuenta años, en sus libros, artículos, videos documentales y columnas de prensa, desgranó una obra singular que navega en los confines de la biografía y la autobiografía, sin dejar de suscitar la duda de saber quién habla, si es la voz de quien rinde el testimonio o de quien lo transcribe.

En los últimos años de su vida hubo de enfrentar simultáneamente dos retos épicos: la lucha contra el olvido inmemorial que desearían perpetuar los señores de la guerra en Colombia, desde su labor en la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad a cargo de la región de la Orinoquia, que conocía como la palma de su mano. Y la lucha contra el cáncer, ante el cual hubo de sucumbir. Ahora nos queda el consuelo que honra su itinerario vital, formulado en su momento por Tzvetan Todorov: “la vida perdió contra la muerte, pero la memoria gana en su combate contra la nada”. 

El Simposio Internacional de Narrativas en Educación rinde homenaje a quien tanto luchó por dar voz a los excluidos y tanto nos enseñó sobre el valor de las historias de vida en la educación, la política y la vida. Gracias Alfredo Molano.

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