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Es necesario defender la esencia humanista y científica de la universidad

 

“El antídoto contra la desesperanza no es la esperanza sino la planificación, mucho más en una universidad, lugar del conocimiento”. Anónimo.

Lunes, 25 de agosto de 2025

Cuando se hace referencia a la Universidad de Antioquia estamos hablando de una institución con una historia que se remonta a más de dos siglos de existencia, cuya relevancia nacional se ha consolidado en las últimas tres décadas y que, sin temor a equivocarme, se proyecta como una de las primerísimas instituciones de educación superior de Suramérica en este siglo. Fiel a su papel, como las universidades más importantes en el mundo, nuestra universidad ha sido responsable de muchas de las transformaciones académicas, culturales, políticas y económicas de Medellín, Antioquia y Colombia y ha realizado aportes científicos y culturales de reconocimiento internacional.

Desafortunadamente, en muchas ocasiones no hemos estado a la altura de los retos académicos, administrativos y políticos que, una institución que crece y se transforma como la nuestra, plantea. La situación de crisis acumulada soterradamente, que se profundizó desde hace más de un año, es el resultado de una gestión errática en diferentes épocas y niveles de administración de la Universidad y de la incapacidad para asumir un liderazgo responsable y técnicamente eficiente y, sobre todo, de adelantar la gestión con decidida autonomía frente a las presiones de los gobiernos nacionales y departamentales y de poderes privados para crecer la universidad sin sustento financiero real. Y esta es una realidad que va más allá de la presente administración.

Pero este hecho, incontrovertible, no se puede utilizar para justificar la intervención de poderes públicos o privados externos, o para que personas o colectivos al interior de la Universidad ataquen con agendas particulares al actual equipo directivo. Por eso, produce gran preocupación y desconsuelo leer o escuchar opiniones que apoyan la decisión del Ministerio de Educación Nacional de establecer medidas preventivas y de vigilancia especial para la Universidad de Antioquia. Primero, porque con fines y agendas meramente particulares y personalistas, se hace eco de una actuación desacertada por lo ilegal e injusta y, segundo, porque se recurre a una argumentación desprolija intelectualmente para desdibujar, empobrecer, achicar, un valor que es parte de la naturaleza de la universidad en general y de esta en particular: su autonomía. En efecto, por defender intereses y agendas particulares y egoístas, grupos internos de la universidad, legitimados por asambleas mínimas con pretensiones máximas, acomodan a su intención política un concepto de autonomía a la carta, desconociendo que no toda intervención del gobierno, nacional o departamental, es estatal, sino del gobierno de turno, acomodada a su agenda temporal, muchas veces de carácter electoral, y desconociendo, también, que este tipo de intervenciones tienen la misma característica de entrampamiento que aquellas históricas que tienen a la universidad en esta situación de hoy.

Por supuesto que la autonomía universitaria, así como la democracia de los Estados, no es, ni perfecta, ni mucho menos absoluta. Decía sabiamente el maestro Carlos Gaviria Díaz que “… la universidad la manejan desde afuera y, por tanto, utilizando la terminología rigurosa, tendríamos que decir que la universidad nuestra no es una universidad autónoma sino una universidad heterónoma”. Pero, aun siendo heterónomas, en particular las públicas, las universidades han gozado de un grado de autonomía que hasta ahora les ha permitido desarrollar sus misiones de formación, investigación y extensión sin una intervención restrictiva por parte del Estado o del sector productivo y, por tanto, se han convertido en un factor de transformación socioeconómica en muchas regiones del país. Esto ha sido posible porque la producción, conservación y transmisión del conocimiento, como un bien público, se mantiene gracias a criterios de autocrítica, calidad, búsqueda de la excelencia, respeto y diversidad con responsabilidad social.

“El compromiso de la universidad es con los valores humanos y con el conocimiento” dice Carlos Gaviria y así, por encima de cualquier directriz, la universidad deber mantener su responsabilidad con el conocimiento como un saber teórico-práctico que se convierte en sabiduría social. Por eso, y con eso, la universidad ha sido lugar de la ciencia y de la cultura, ha sido responsable de lograr el avance de la sociedad: el estudio de los astros, sin astronomía, es solo astrología; la ingeniería, sin física y matemáticas, se convierte en un taller de reparación de máquinas; la medicina, sin ciencias biomédicas, no pasa de ser el ejercicio empírico de un tegua, y el mero uso de la inteligencia artificial, sin el conocimiento computacional y de programación, será solo una herramienta más para hipnotizar a las masas o vender ilusiones.

Parece complejo de inferioridad, parálisis emocional o malsana intención pedir cacao para resolver asuntos en los que somos expertos y sobre cuyas soluciones enseñamos. De seguro, sí es una gran contradicción ética con graves consecuencias políticas. Frente a la difícil situación del momento, considero que la pregunta crucial es qué debemos hacer para construir posibles rutas, las cuales deben ir más allá de las medidas de choque para resolver la crisis financiera. La universidad cuenta con un número suficiente de personas de larga trayectoria y amplio conocimiento que podría complementarse con algunos invitados externos para conformar un grupo de expertos que tendrían como tarea elaborar un análisis de la institución y proponer potenciales cambios académicos, administrativos, relacionales e, incluso, operativos para, manteniendo los valores esenciales, evolucionar a una institución adecuada a los desafíos del presente y sobre todo del futuro. Otra opción, un poco más compleja y para algunos posiblemente controversial, y que serviría como base de la anterior, sería convocar a la comunidad de la UdeA para poner en marcha un proceso participativo, a manera de una constituyente universitaria, conformando equipos de trabajo en temas centrales que promuevan la conversación, la deliberación y los acuerdos para, finalmente, construir un acuerdo colectivo. Por supuesto que estas propuestas superan el sospechoso embeleco de defenestrar una administración propiciando un salto al vacío y creando precedentes que seguramente agravarán la crisis que algunos aprovecharán a su medida.

Finalmente, quiero insistir en que este es un llamado para defender la Universidad de Antioquia y, en su figura, a la universidad colombiana, no solo por lo que establece la Constitución Política y la ley, sino porque el amor por la universidad representa el compromiso por la fraternidad y la transformación social de todos aquellos que hacemos parte de este país.

 

PABLO JAVIER PATIÑO GRAJALES

Decano Facultad de Medicina

Universidad de Antioquia

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