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Sociedad Vida

La agricultura urbana, mucho más que alimentos

21/10/2021
Por: Yénifer Aristizábal Grajales - Periodista

La agricultura urbana es una herramienta política, una pregunta por el origen de los alimentos, una práctica consciente en torno a la tierra —todo al tiempo—. Desde las laderas de Medellín se aporta a la soberanía como una filosofía de vida y un regreso a la esencia.
 

Luis Eduardo Arias desmovilizado de las autodefensas y uno de los líderes de la Corporación Campo Santo y de la huerta en el Cerro de Los Valores ubicada en la comuna 8 de Medellín. Foto Yenifer Aristizábal

El destino parece estar trazado por el contexto en el que se crece y los factores sociales y culturales que determinan la vida, incluso antes de nacer. Cuando Luis Eduardo Arias llegó de ocho años al barrio Caicedo, en el oriente de Medellín, su porvenir empezó girar en torno a los grupos al margen de la ley como único destino posible ante la falta de oportunidades en esta zona popular construida entre asentamientos informales de familias: «La dinámica de muchos jóvenes con los que yo me crie y compartí era ingresar a esos grupos armados porque eran los únicos que hacían presencia», dijo. 

Cuando terminó el colegio a los 17 años, lejos de la universidad pública, a la cual había intentado ingresar, empuñó las armas. Hizo parte del ala urbana del Bloque paramilitar Héroes de Granada en 1995 y luego fue uno de los 2033 integrantes que se desmovilizaron el 1 de agosto de 2005 en el corregimiento de Cristales, de San Roque, Antioquia. Desde ese momento, Luis desafió su destino y vio en la desmovilización una oportunidad real para cambiar de vida. 

Él, junto a José Joaquín Calle, otros desmovilizados de las autodefensas, adultos mayores y mujeres habitantes del barrio, empezaron un proyecto integral de medio ambiente en el que reciclan mensualmente más de 30 toneladas de residuos sólidos. Las 16 personas del equipo convierten en abono los residuos orgánicos de más de 4000 familias de la zona, cultivan en una huerta comunitaria y promueven conocimientos agroecológicos en un aula ambiental.

Ellos integran la Corporación Campo Santo, cuyo nombre se remonta a la tragedia de 1987 en el barrio vecino de Villatina, donde 400 personas quedaron atrapadas bajo la tierra. Entre ellas, la familia de Joaquín; al quedar sin familia a sus 15 años quedó deambulando en las calles, antes de formar parte del Bloque Cacique Nutibara de las Autodefensas Unidas de Colombia —AUC—. 

Cerro de los Valores

En el Cerro de los Valores se disponen más de 30 toneladas de reciclaje; el material orgánico se trata en pacas biodigestoras para producir el abono orgánico de la huerta urbana. Foto Yenifer Aristizábal

La vida de Luis Eduardo y José Joaquín ha transcurrido entre cerros, comunes en el Valle de Aburrá, donde las laderas han sido conquistadas en medio del afán por establecerse cerca a la urbe. Gran parte de su tiempo lo pasan hoy en el cerro de Los Valores, antes conocido como La Torre, sitio estratégico para varios grupos armados debido a la buena visibilidad y antigua trinchera frente a cualquier enfrentamiento. Desde allí, ambos separan el cartón, las botellas, las latas y el vidrio para montarlos al carro recolector en costales y que así puedan tener un nuevo ciclo de uso. 

«Si anteriormente nosotros portábamos un fusil, hoy portamos una escoba, un azadón, un costal; son acciones muy diferentes. Nosotros no estamos hablando de paz, la estamos haciendo», dijo Joaquín y añadió que en la actualidad su proyecto de huertas se desarrolla sin apoyo municipal, en medio de las dificultades por las presiones de los grupos armados que permanecen en el barrio, con la zozobra de que deseen apropiarse de este terreno.  

Sin embargo, están decididos a continuar con la siembra que le da de comer a los integrantes de la Corporación y a la población más vulnerable —colombiana y venezolana— que llega por cebolla, cilantro, lechuga, ají u otros productos cosechados en el territorio de 16 000 metros cuadrados, de los cuales han cultivado 5000 metros «con las uñas». 

Además de que esta huerta se ha convertido en un pequeño pulmón verde en el barrio, las huertas son espacios que van más allá de la producción de alimentos y que en muchas ocasiones aparecen como herramienta política, educativa o como lugares donde los vecinos interactúan en torno a la tierra, especialmente aquellos que han llegado a la ciudad provenientes de zonas rurales. 

Agricultura urbana 

Juan Carlos Amaya, docente de la Universidad de Antioquia y líder de innovación, explicó que en un país como Colombia, con más de seis décadas de conflicto armado complejo que ha provocado, entre otros fenómenos, el abandono del campo y la llegada masiva a la ciudad, especialmente al borde urbano, pone en una situación desventajosa a la población desplazada en especial en lo relacionado con el acceso al alimento. «Entonces qué tiene que hacer la gente de la periferia, apoyar y armonizarse con lo que tienen: la tierra», dijo. 

Amaya resaltó que desde la década de 1990 se rastrean hitos importantes desde la agricultura urbana en Medellín y la activación de políticas públicas e institucionales que empezaron a apoyar la creación de huertas, además de la generación de movimientos como la Red de Huerteros de Medellín, la Corporación Ecológica Penca de Sábila, Agroarte, Tierra Lab, la Plaza de Mercados de la América e incluso huertas en la Universidad de Antioquia y Universidad de Medellín. 

Todo este desarrollo fue objeto de estudio del Grupo Comunicación, Periodismo y Sociedad de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia, en alianza con la Red de Huerteros de la ciudad, la Universidad Javeriana y la Universidad Autónoma de Occidente de Cali, quienes adelantaron una investigación que buscó entender las prácticas comunicativas de la agricultura en Medellín. En esta encuestaron 86 líderes de huertas e indagaron por sus orígenes y manutención: la forma de abonar la tierra, el acceso a las semillas, cómo hacen sus abonos y controlan las plagas y la variedad de los cultivos. 

El 31 % de las huertas encuestadas son institucionales, es decir, se han dado gracias a un agente o proyecto y, en la mayoría de casos, las comunidades se apropiaron y lideraron cada proceso. El 24 % son de iniciativas personales que han servido como espacios de aprendizaje y encuentro con comunidades vecinas. El 19 % son espacios comunitarios al surgir como idea entre dos o más personas y el 12 % responden a iniciativas familiares. El 14 % restante es de huertas cuya iniciativa es privada, de investigación o de organizaciones sociales. 

«Hemos empezado a valorar mucho el alimento no contaminado por la agroindustria, con una producción limpia y amorosa. Todo eso hace que en las ciudades queramos tener contacto con la tierra y que la agricultura en las ciudades se convierta en una herramienta política y educativa», explicó la docente e investigadora Paula Restrepo Hoyos, líder del proyecto Prácticas comunicativas en la agricultura urbana de Medellín. 

Adicionalmente, indicó que las huertas urbanas han sido usadas electoralmente para ganar adeptos, pero estas pueden generar un cambio en tanto «transforman el juicio sobre cómo se genera la comida que llega a nuestro plato. Mucha parte de la política de un país pasa allí».

En Colombia, con la pandemia y los bloqueos en el marco de la movilización nacional del 28 de abril, la pregunta por los alimentos se hizo vital. El autoabastecerse, el acceso a una alimentación adecuada, suficiente y respetuosa de la cultura, fueron preocupaciones que se sumaron a los crecientes cuestionamientos por los químicos que consumimos en los productos cultivados. 

Campo Santo, desde el cerro de los Valores, así como las decenas de huertas que hay en Medellín y el área metropolitana, intentan ser parte de la respuesta para una alimentación consciente y asequible, especialmente para la población vulnerable. Que perdure o no, depende del apoyo comunitario y municipal que permita librar estos espacios de la envolvente urbanización y de la espiral del conflicto que lo amenaza de cerca. 

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