Sociedad

Fotografía: Comunicaciones Seccional Bajo Cauca Universidad de Antioquia

Nació en Medellín en un hogar de costumbres paisas. Fue un niño rebelde, solitario, amante de las aventuras, caminaba la ciudad y visitaba pueblos. «Me perdía en la soledad, me iba a hacer amigos en los pueblos y volvía a la casa a los dos o tres días. Eran tiempos sanos, la misma gente lo cuidaba a uno», recordó Mauricio.  

Siendo ya un adulto en los años 90, mientras la prensa reportaba carros bomba, tomas guerrilleras y los carteles de la droga se enfrentaban en las ciudades principales del país, Mauricio Ochoa decidió viajar a probar suerte en Caucasia, un municipio con una economía marcada por los cultivos de coca y la minería, con un crecimiento acelerado que brindaba oportunidades a propios y visitantes. 

En este municipio se enamoró y tuvo sus dos hijos, Juan Daniel y Juan Esteban. Trabajó en varios lugares, especialmente en la zona rosa del municipio, como mesero y administrador en varias discotecas, donde comenzó a tener reconocimiento de la gente. Hoy sus hijos y su excompañera viven en la ciudad de Medellín e interactúan constantemente. Él sigue en Caucasia cumpliendo uno de sus más grandes sueños. 

«Siempre he pensado que el país necesita buenos educadores», con esta frase responde cuando le consultan por qué se aventuró a estudiar Licenciatura en Pedagogía Infantil. «Creo que todos los niños tienen que ser felices. Un niño feliz seguramente será un hombre feliz”, dijo mientras recuerda que ese fue el sueño que le inculcó su padre desde muy niño y que él, con mucha conciencia, ha decidido cumplir. 

Vive en el centro del municipio en una habitación donde escasamente cabe él y una cama. Sus libros y revistas están tiradas por todo el lugar. «¡Vivo en la capital del desorden!», contó entre risas. Todos los días se despierta antes de que salga el sol. Lee o escribe algo de poesía y camina hasta la sede de la Universidad. Comienza a recorrer los pasillos, la cafetería y las mesas de estudio, donde se prepara para sus clases y está pendiente de cada una de las actividades de Bienestar, especialmente las que se relacionan con el arte y la cultura.

Fotografía: Antonio Segura

Mauro, como le llaman sus compañeros, prácticamente vivía en la universidad: pertenecía al servicio de alimentación, al grupo de teatro y hasta participó en el grupo de danzas. Trabaja varios días a la semana vendiendo calcetines y con las ganancias consigue para el arriendo y paga las fotocopias. «Trato de no estresarme y me rebusco la vida. Hay que amar como se vive, sin resentimiento. Mi papá me enseñó a vivir el presente. Vivo la vida locamente normal».

Sus noches empiezan con una tertulia en el parque de Las Ceibas donde comparte un tinto y conversa con amigos, algunos jubilados y políticos que tienen la costumbre de reunirse para charlar y tener discusiones sobre diversos temas. Allí observa y se inspira en la cotidianidad del lugar para escribir versos como este: 

«Veo los hombres sentados,
tras el muro sus máscaras carnosas lloran,
no pueden con la vida,
esperaran,
esperaran,
esperaran,
y nada harán,
están solos y son solo eso, cosas..»

De educador se imagina desarrollando proyectos para atender las necesidades de los barrios más vulnerables del municipio, Cree firmemente que hay que defender a las nuevas generaciones y dejarles un legado. Es el primero en marchar cuando se trata de defender la educación, «marcho por los que vienen», afirmó mientras toma un sorbo de café. “Soy un loco bueno, que vive en la capital del desorden”, concluyó.