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Sociedad Cultura

Una patrulla llega al Campus central de la UdeA

18/08/2022
Por: Natalia Piedrahita Tamayo- Periodista

Más de 250 obras del artista Carlos Castro Arias están expuestas hasta octubre en seis segmentos del Museo Universitario de la Universidad de Antioquia. En el sótano, el hall principal, el patio trasero y los cuatro pisos se presentarán instalaciones relacionadas con preguntas y respuestas sobre la memoria en Colombia.

Capilla blanca, 2013. Instalación. La parte interna de esta buseta obsoleta de la Policía contiene una experiencia inmersiva en la que el espectador debe entregarse al sonido, en medio de un decorado que simula las iglesias latinoamericanas de estilo rococó. Fotos: Dirección de Comunicaciones UdeA / María Camila Monsalve A.

Cuando un bus quemado apareció en el patio trasero del Museo Universitario de la Universidad de Antioquia —Muua— muchos pensaron que era un acto de vandalismo. Nadie tenía claro por qué o para qué estaba allí, cómo llegó, quién lo trajo. Días después se supo que era una de las piezas de la exposición «La vida de las cosas muertas», muestra retrospectiva que evoca 25 años de creación artística alrededor de temas como la memoria, los íconos políticos y los tabúes sobre los que está cimentado el poder y su vigencia o caducidad en la sociedad.

Carlos Castro Arias, el creador de la obra, generó experiencias de inmersión con el interés de que cada persona que visite esta nueva exposición del Muua pueda construir su propia visión: «Me gusta que las obras queden abiertas desde su sentido. Estamos en un momento en el cual muchas cosas se están replanteando, se dan miradas que rechazan ese modelo de educación en el que el profesor está arriba y los estudiantes abajo y pasivos escuchando. La obra parte de objetos existentes, el carro de policía apela a preconceptos que todos tenemos, pero pretende que cada espectador elija un camino».

Por esto, los espectadores de estos vehículos en desuso tienen la posibilidad de trascender el mero gesto de contemplación de la infraestructura y sus achaques y, al entrar a ellos, dejarse persuadir por los sonidos que guardan y la atmósfera sacra que contienen. La música es uno de los elementos relevantes de la obra, por ello el artista hizo xilófonos y marimbas a partir de cuchillos decomisados.

«Son cuchillos que fueron adaptados por sus anteriores dueños, por lo general personas de la calle que buscaban improvisar sus propias armas. Mi idea con la recolección de estos elementos fue darles una utilidad y, con ello, armar un himno de guerra a partir de estos elementos en desuso, de modo que cuando la gente se acerque comiencen a rotar y a hacer sus melodías», destacó el artista bogotano.

La exposición completa, ocupa 4 pisos del edificio, el sótano y el exterior del Museo; contiene 250 obras con collages, dibujos, máquinas de percusión, tapices, fotografías, instalaciones, entre otras. Algunos títulos son: La caja negra, Cosecha, Creación de Autodefensa en la Finca Guacharacas, El hijo de Dios, Remordimientos, Juicio público y La creación del unicornio.

La obra acude además a esculturas preexistentes para hacer instalaciones, así como a arquitecturas en las que conviven elementos vivos e inertes. Una cabeza de cuatrocientos kilos de San Juan Bautista de La Salle fue adaptada al escritorio en el que el artista estudiaba cuando era un niño; un busto de Francisco José de Caldas, que había sido tumbado, ahora aparece integrado a una pecera en la que nadan peces; y a la figura de Simón Bolívar se le incrustó en una estantería giratoria. El artista pasó un buen tiempo recuperando estatuas rotas y comprando íconos históricos relevantes que fueron abandonados en alguna bodega de Colombia.

En el trabajo de Castro se evidencia que la historia colombiana no es un asunto en blanco y negro, sino que en ella reside un complejo entramado de matices relacionados con mitos y supuestos en los que los medios de comunicación han participado activamente: los hipopótamos de la hacienda Nápoles, Pablo Escobar, las armas de guerra, la iglesia. Es una obra en la que las instituciones vencidas pasan a ser elementos estéticos o complementarios de la experiencia de inmersión.

«Todo esto es un tejido. He buscado desde las construcciones de los grupos indígenas lo que hemos perdido y lo que ha perdurado. Me pregunto por el origen y por mi raíz, también por aquello que ha sido olvidado en medio de las memorias que tenemos en común en la historia de Colombia», declaró el también profesor de la Universidad Estatal de San Diego. 

Un autor hibridador

El artista, profesor y músico Carlos Castro Arias nació en Bogotá en 1976. Es licenciado de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y maestro en Bellas Artes en Pintura de la Universidad de San Francisco, Estado Unidos. En ese mismo país es profesor asociado de la Universidad Estatal de San Diego, una de sus tres ciudades de residencia; las otras dos son Tijuana (México) y Bogotá (Colombia).

Su obra se ha presentado en museos y galerías de países como Bolivia, Brasil, Colombia, Francia, México, Nueva Zelanda, Perú, España, Suecia, Estados Unidos y Venezuela. Fue becario de Fulbright Colombia y la Fundación Cisneros y, en 2013, estuvo nominado al Premio Luis Caballero.

Su obra nace de un mecanismo que le permite entender mejor lo que a primera vista no puede ver. A partir de objetos con antecedentes establece una conversación con la historia y el contexto que los rodearon en su época de utilidad. La interacción y unión de lo antiguo y lo contemporáneo es una marca en sus proyectos. 

El hijo de Dios, 2017. Esta reproducción del esqueleto de un mico, construida a partir de huesos humanos encontrados en una iglesia de Bogotá, nace de una conversación entre la teoría de la evolución de Charles Darwin y los preceptos acerca de la vida propagados por las religiones.

Imperio, 2011. De la serie «Buscando lo que no se ha perdido». Esta es la adaptación de la leyenda de Rómulo y Remo, una de las historias fundacionales de Roma más divulgadas por la literatura, basada en la imagen de los gemelos siendo amamantados por una loba. En esta obra están alimentados por el cuerpo disecado de una perra callejera.

 

Risus sativus, 2011. Del proyecto «Buscando lo que no se ha perdido». Hace parte de una serie de instrumentos de percusión elaborados a partir de cuchillos decomisados que el artista fue adquiriendo en Bogotá. Es una apuesta por la convergencia de la memoria y los nuevos usos en los que caen las cosas que aparentemente perdieron su utilidad.


Madre, 2021. Del proyecto «Los padres ausentes». Escultura recubierta con chaquiras con símbolos de la cultura inga del Putumayo colombiano.

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