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Tintas que no se corren

10/06/2021
Por: Alejandro Velásquez Carvajal, estudiante del programa Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana UdeA

«... Colombia ya no es tierra de ciegos, como la tierra anónima que también Saramago se inventó en otra de sus creaciones célebres. Ciegos son los que desacreditan con alocuciones rebuscadas la resistencia masiva plasmada en las retóricas de arte y paz en contra de los regímenes reciclados...»

No siempre las obras destacadas de la literatura universal se inmortalizan por la muerte de sus autores o por lo buenas que resultaron ser, independientemente de los impactos positivos o negativos que causen en el crisol de las emociones, sus cualidades proféticas inciden mucho para que se conserven en la vitrina de lo perdurable.

Si existe un libro que por estos tiempos sirve para exponer con creces lo que es una distopía moderna, ese es Ensayo sobre la lucidez, de José Saramago. Su premisa es simple: en una ciudad sin nombre el voto en blanco barre con las elecciones que estaban teniendo lugar y los mandatarios políticos se obsesionan con atribuirle al evento una procedencia insurgente. Como si las revoluciones pacíficas fueran un pecado, es uno de los mensajes irónicos que pueden deducirse de su lectura.

Esta ficción recalca en forma de legado la hermosa palabra que retrata la realidad que nuestro país vive hoy: lucidez. Ahora la palabra ronda por la conciencia de millones de colombianos, si no idéntica, de seguro en varios sinónimos igual de impecables. La novela de Saramago simboliza la decadencia en la que caen los gobernantes cuando un pueblo, hinchado de desgracia, manifiesta su inconformismo, un inconformismo que aplicado con inteligencia significa para ellos y en cualquier sentido, una cachetada a sus egos y megalomanías.

No es coincidencia que sean esos los trastornos que han caracterizado a las mentes dictatoriales responsables de empañar la historia de América Latina a lo largo de los años, pues no hay ofensa más insultante para un maquiavélico narcisista en posición de poder que verse superado por la voz de las personas que cree son de su propiedad. Si es intención premedita de los escritores escribir lo que escriben como apológica crítica a las injusticias que viven o atestiguan, magnífico, en caso contrario, entonces magistral accidente haberse anticipado a los futuros de los que hacemos parte en estos momentos.

Lo interesante de encontrarse con narrativas que denuncian los totalitarismos es que, más que sugerir, advierten que quienes sufren de injusticia están destinados a leer su emancipación, cumpliéndose así la profecía del florecimiento de voces literarias que nos ayudan a conocer cómo piensan los opresores para que aprendamos a defendernos del puño de hierro con el que golpean.

Nos convertimos en pensadores de libertad a través de los ojos de los personajes que leemos, en participantes discursivos de tramas que reflejan las corrupciones que a estas alturas tienen la misma sintomatología que el coronavirus en la respiración, porque en una patria desairada por el trabajo manipulador, nocivo y falso de los que se autodenominan dirigentes, leer, pensar y actuar es un respiro de vitalidad máxima, un acto de supervivencia.

Las elecciones que se avecinan equivalen, podría decirse, a la alegoría que ilustra la oportunidad que tenemos de demostrar que a todas las negligencias les llega su fin. Se trata de poner en práctica las quejas originadas del malestar social evidenciado en las últimas semanas y en el pasado, pero con exagerada sapiencia, una que haga temblar las urnas y los cimientos de las tiranías.

Colombia ya no es tierra de ciegos, como la tierra anónima que también Saramago se inventó en otra de sus creaciones célebres. Ciegos son los que desacreditan con alocuciones rebuscadas la resistencia masiva plasmada en las retóricas de arte y paz en contra de los regímenes reciclados. Para el idioma inglés, tóxico fue la palabra del 2018 según el Diccionario de Oxford, confinamiento la del 2020 para el idioma español según la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE), aunque sea improbable que lucidez sea la de este 2021 para ambas entidades, es la candidata que merece llevarse los reconocimientos.

Pase que lo pase, en materia de sensibilidades, idiosincrasia, certámenes, representación o demás contextualizaciones, la palabra desde su mera pronunciación es una ganadora e ilustra el sentir de un pueblo unido que promete de una vez por todas descansar del confinamiento tóxico que ha significado el sistema gubernamental actual y bastantes que lo precedieron. Quizá después venga un ensayo sobre la victoria o un ensayo sobre la armonía, al más puro estilo de los envalentonados que claman y clamarán: “nunca más”.


Nota

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