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Opinión

Las jardineras: espacios para conversar

31/07/2017
Por: Germán Darío Valencia Agudelo - Profesor Instituto de Estudios Políticos

"Pero sobre todo, como dije, es en las jardineras donde se construye y aprovecha un espacio público para la conversación sobre lo privado y personal".

Una conversación puede cambiar a un individuo, transformar a un sujeto o voltear la hoja de nuestras vidas. Una persona, por ejemplo, puede en estado de alteración, atendiendo a tan solo una palabra o una frase, apagar su cólera y entrar en meditación; otra, por el contrario, en medio de la calma puede, al escuchar la opinión de un interlocutor, sufrir alteraciones y volverse iracundo. De allí que se afirme que una buena conversación logra, incluso, hacer lo que la ley no produce: darle un giro a un mal hábito, llevar a la gente a actuar de otra manera o hacer sentir la vida de otro modo.

Y es que el ser humano y, sobre todo, las personas que habitamos las universidades somos seres de palabra y conversación. Si alguien en la actualidad visita el campus universitario y pasa por la Plazoleta Barrientos la hallará como un sitio para hablar. En las jardineras cientos de personas diariamente se sientan a dialogar, todas las personas encuentran en este lugar un sitio para contar historias, retrotraer recuerdos, narrar su forma particular de ver el mundo o simplemente para saludar un amigo que hace tiempo no veía. De esta manera, las jardineras representan para la comunidad universitaria muchas cosas: son sitios para conversar, meditar, descansar, espesarse o enamorarse.

Para mí como docente, por ejemplo, en las tardes cada vez más soleadas y sofocantes de la ciudad, en las que se intensifica el calor con el encierro en las oficinas, las jardineras se convierten en una especie de oasis. Los frondosos y verdes árboles que cubren cada jardinera le imprimen a estos lugares un aire de paraíso y le dan frescura a los intensos calores que hacen en Medellín. Como profesor, también he encontrado en las jardineras lugares para la conversación con los colegas, para plantear ideas o para distorsionar relaciones luego de discusiones intensas en las salas de reuniones. Incluso, en algunas ocasiones, la jardinera las he utilizado como lugar de asesoría para mis estudiantes: allí, una frase suelta o una afirmación hecha en clase, se transforma en motivantes temas de interés, toman otro cuerpo; y el estudiante se siente complacido cuando en un espacio neutral, por fuera del aula, presencia la ampliación de aquella primera visión.

Igualmente para los estudiantes las jardineras representan un universo. He observado, pero también lo viví como estudiante, la manera como las jardineras estimulaban las palabras, desnudan la imaginación y abrían el debate sobre una serie de temas que en otros lugares no encuentran lugar. He visto, por ejemplo, cómo alumnos tímidos, silenciosos e introvertidos, que no pronuncian una palabra en clase, pierden el miedo y se atreven a hablar en las jardineras; ese tipo de estudiante se metamorfosean en completos oradores frente a un público singular; olvidan su timidez y realizan argumentaciones valerosas que luego son recordadas en clase o varios años después por quienes las presenciaron.

También he notado como en las jardineras se vive el lenguaje de la rebelión. Los visitantes utilizan las jardineras para discutir sobre lo público y, sobre todo, lo privado y personal. A la mayoría de estudiantes les ha sucedido que no pueden participar de los debates colectivos que se dan en el ágora universitaria, el Teatro Camilo Torres, y encuentran en las jardineras el mejor lugar para hacer su reflexión hablada y su aporte al debate; conversando con una o dos personas más, expresan su opinión, critican al Estado y a sus compañeros o controvierten con finos argumentos las ideas de un avezado conferencista. Solo allí, en la plaza pública, estando en la intimidad de las jardineras, expresan su sentir y participan del debate.

Pero sobre todo, como dije, es en las jardineras donde se construye y aprovecha un espacio público para la conversación sobre lo privado y personal. A veces se escuchan críticas a los padres y los amigos, se hace un comentario sobre el conocido que pasa o se hacen cortejos entre los reunidos. Las jardineras —o “sardineras”, como jocosamente las nombran algunos visitantes—, han servido para el amor. Las conversaciones, como sabemos, sirven para seleccionar. Muchas personas se dan cuenta en tan solo cinco minutos que su interlocutor puede servir de amigo, de amante o que tan solo será alguien a quien se olvidará en pocos días. La riqueza discursiva hace que sus palabras provoquen en la mirada del otro el amor o el odio.

En síntesis, las jardineras se han convertido en el punto de referencia, en sitio de encuentro universitario y en lugares para la conversación. Estas tienen un efecto deseado sobre la gente: invitan al diálogo y al uso de la palabra. Aglutinan y fraternizan, pues existen jardineras para el encuentro de los afro, de los profesores o de cualquier grupo de estudiantes que se dan cita allí para planear acciones colectivas. Allí los profesores —pero también cualquier visitante— asumimos una postura anónima, somos sacados del laboratorio, del salón de clases o de nuestras oficinas, y entramos en el mundo de lo cotidiano. Allí, todos somos sujetos iguales. De allí que considere a las jardineras como territorios para la igualdad, como lugares que invitan a la palabra, al discurso, a la argumentación, como espacios para conversar.

Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos.  Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia. Escriba y envíenos sus columnas de opinión al correo electrónico: udeanoticias@udea.edu.co

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