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Opinión

De burro y de caballo

23/09/2020
Por: Judith Nieto López, escritora y profesora Escuela de Microbiología UdeA

«... es conocido que a la educación pública en Colombia acuden los hijos de las familias menos favorecidas; también muchos sabemos que, ante la carencia alimentaria propia de este sector de la población, una de las motivaciones para llevar a los niños a escuelas y colegios oficiales tiene que ver con la dieta...»

En el país conocemos el sufrimiento de los niños, las niñas y los jóvenes, porque ya hace mucho tiempo, y de manera constante, escuchamos, vemos y leemos noticias que parecen más próximas a un cuento de horror que a la realidad que imaginamos.

Basta solo con pensar en la noticia difundida el viernes 18 de septiembre, que anunciaba la captura de un sujeto que vendió carne de burro y de caballo —algunos adquiridos con enfermedades e incluso muertos— al Programa de Alimentación Escolar (PAE). Suministro que se hizo especialmente en el departamento de Santander, donde al parecer durante un año la ración de carne que llegó a los platos de los escolares beneficiados por el mencionado programa era de origen caballar.

Una información de este orden confirma que para Colombia no cuentan los menores, tampoco los jóvenes; por eso da lo mismo que los abusen, que los sometan, que los agredan, que los desaparezcan, que los maten o que, en los programas de alimentación escolar, pagados con los impuestos de los colombianos, se les sirva una carne inapta para el consumo humano y objeto de un hecho delictivo.

A la información sobre tan humillante hecho se agregó algo incluso más ofensivo: que el proveedor y ya detenido responsable, antes de distribuir la carne, la intervenía con químicos para ablandarla y alterar su color, de tal manera que pareciera de res. Lo que no logro entender es cómo quienes operan los restaurantes contratados por el PAE fueron tan incautos, o tan cómplices, como para que les hayan metido burro por vaca.

Se trata de otro hecho de corrupción y de abuso contra la población matriculada en los colegios públicos, de ya limitados recursos y ahora sometidos a que un miserable, que seguramente no actuó solo, lleve a su escasa nutrición lo que es incomible. ¡La infamia hacia los escolares no tiene límites!

Por todos es conocido que a la educación pública en Colombia acuden los hijos de las familias menos favorecidas; también muchos sabemos que, ante la carencia alimentaria propia de este sector de la población, una de las motivaciones para llevar a los niños a escuelas y colegios oficiales tiene que ver con la dieta que allí, por derecho ciudadano, se les ofrece; la misma que, como es conocido, se suele ajustar en condiciones de peso y de calidad inmerecidas —no son nuevas las críticas al PAE—, pero ahora ocurre que, además de la deficiente comida de la escuela, los estudiantes también han recibido e ingerido carne inapropiada para humanos (tal vez no tanto porque sea de origen equino, sino porque no ha sido bien tratada ni ha tenido una aprobación sanitaria). ¡No hay derecho!

Lo que aquí denuncio es, en mi concepto, un claro caso de exclusión, acepción que tiene sus bases en un mundo de privilegios, de prerrogativas que solo son para unos; por tanto, segregan, no tienen en cuenta. Y no fueron tenidos en cuenta los estudiantes del PAE a quienes como alimento les sirvieron carne de burro y de caballo. Acto con el que no se está haciendo algo diferente a una segregación. Y detrás de toda discriminación, del carácter que sea, hay odio, hay saña.


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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