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Vida

¿Sacrificar un santuario natural por un puerto?

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10/06/2019
Por: Natalia Piedrahita Tamayo- Periodista

Tribugá alberga cerca de 2700 hectáreas de manglares de ocho especies diferentes, en los que viven aves, anfibios, reptiles, crustáceos, moluscos, mamíferos y peces.

Ballena jorobada cerca al Parque Nacional Utría. Foto: cortesía Esteban Duque Mesa.

Este lugar es el de mayor concentración de mangles en el Pacífico, pues confluyen en él bosques intermareales, es decir, franjas muy estrechas en las que se unen el mar y el bosque terrestre. En los últimos meses, la posible construcción de un puerto en esta zona de confluencia de la selva tropical chocoana con el mar, ha generado un encendido debate nacional. Quienes promueven el megaproyecto como un núcleo de desarrollo económico para el país, se encontraron frente a frente con las voces que aseguran que la obra no solo arrasaría con los estuarios costeros y arrecifes, sino que la  construcción de dos carreteras para llegar allí desde Pereira y Nuquí, también generaría graves daños a la serranía del Baudó. 

«Un puerto en Tribugá no solo afecta la biodiversidad de la zona, sino que amenaza el equilibrio ecosistémico de toda la costa del Chocó», advirtió Juan Felipe Blanco Libreros, biólogo, profesor e investigador de la Universidad de Antioquia. 

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A esta zona del norte del Pacífico chocoano corresponden 45 300 hectáreas del Parque Nacional Utría y unas 60 000 hectáreas del Distrito Regional de Manejo Integrado —DRMI—, es decir, un área protegida que custodian Codechocó y el Consejo Comunitario General Los Riscales. Dadas sus particularidades ambientales, geográficas, ecológicas y culturales, se han priorizado  cerca de 114 300 hectáreas para la conservación de arrecifes de coral, litorales rocosos, playas y acantilados para la conservación de la vida silvestre. 

Una región única

Los investigadores de la Universidad de Antioquia —y de otras universidades y centros de investigación— que se han acercado al golfo de Tribugá desde diversas áreas del conocimiento coinciden en una idea: lo que ya se conoce de la biodiversidad de la zona es menor que lo que se desconoce. En el caso de los mangles, esta zona del Pacífico es fuente de esperanza ante los efectos del calentamiento atmosférico y la erosión costera, «las excesivas emisiones de CO2 pueden ser compensadas por el crecimiento de los manglares, que por estar en el medio costero, no solo obtienen su  materia prima de la vegetación sobre el suelo, sino de la que se conserva en su sistema radicular. Colombia es un reservorio de carbonos bajo el suelo», explicó Blanco Libreros.

Tener un puerto sobre esta zona significa la remoción de cerca de 900 hectáreas de mangle, incluyendo el piñuelo —Pelliciera rhizophorae—, única especie nativa de las Américas, cuyo entramado de raíces deriva en una flor blanca o de tonalidades claras, tan exótica como frágil. «La cantidad de bosque que debe removerse para generar un puerto marítimo, no podrá recuperarse; ni siquiera intentando compensaciones. Además, la erosión costera no podría detenerse», contó Blanco Libreros, quien enfatizó en el valor del carbono como uno de los elementos más importantes de un mundo con ciudades en las que escasea el aire. 

El megaproyecto plantea dos fases. En la de construcción se afectarían las especies animales y vegetales de la zona. En la de operación, animales como las ballenas jorobadas, que llegan allí al proceso de parto, podrían morir a causa de los derrames de petróleo y otros contaminantes, o por efecto de las embarcaciones cargadas con miles de toneladas, que naturalmente entrarán a la zona. 

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Las especies de la selva chocoana también corren riesgo, pues la construcción del puerto estará ligada a un sistema de carreteras para entrada y salida de mercancía, a través de la ruta Nuquí-Las  Ánimas, para la cual deberán tumbarse cerca de 200 kilómetros de selva húmeda tropical, que alberga diferentes especies de anfibios, reptiles y aves, algunas amenazadas como el perrito venadero, el oso hormiguero y el águila arpía.

Desde el punto de vista botánico, en el Herbario de la Universidad de Antioquia se están estudiando 165 muestras de la vegetación de la zona, de las cuales ya se han determinado varias especies nuevas de plantas costáceas, heliconias, bromelias, magnolios y zamias. Saúl Hoyos Gómez, investigador de la Universidad de Antioquia, quien acompañó el proyecto documental Expedición Tribugá, de las universidades CES y Pontificia Bolivariana, sintetizó que la construcción de este puerto es solo una manifestación de la tendencia de muchos colombianos a desconocer su verdadera riqueza: «Estamos perdiendo el país y Tribugá —quizás la zona más biodiversa de Colombia— sería la continuación de ello».

Cuna de ballenas

Alrededor de 3000 ballenas jorobadas, de las 13 000 que integran la población del Pacífico sudeste, pasan por el golfo de Tribugá anualmente para dar a luz a sus crías. No es que elijan el lugar por azar, su alta sensibilidad ante los sonidos y la exploración de lugares seguros para sus pequeñas crías determinan la decisión de tener a estas costas como lugar preferido para alumbrar a sus bebés. 

«La temperatura del agua y la seguridad que ofrece la geografía de las bahías de Tribugá reúne las condiciones óptimas para que los ballenatos nazcan sin tener que luchar con corrientes de agua  agresivas», explicó Esteban Duque Mesa, biólogo de la Universidad de Antioquia, quien ha dedicado su vida académica a investigar sobre las  ballenas. La búsqueda de espacios con baja contaminación auditiva es otro de los indicativos de armonía que causan los desplazamientos de estas ballenas jorobadas. 

El concepto de calidad de vida de las personas de Tribugá, guardianes de estos ecosistemas, es diferente al del habitante de la ciudad. Las comunidades costeras son conscientes de la riqueza de sus tierras y, en algunos casos, han generado un turismo sostenible. En palabras de Duque Mesa: «Es muy forzado creer que por entregar dinero a una persona va a mejorar su calidad de vida. Si las ballenas no vuelven se afectarían los ingresos de muchas familias cuya economía se ha basado en llevar a los turistas a verlas».

Infografía: Mónica Valencia Arismendy

 

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