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Ciencia

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Academia Ciencia

Ciencia y conciencia para proteger los océanos

15/08/2018
Por: Lina Marcela Gallo Benítez- Corporación Académica Ambiental

Que Colombia tenga solo dos políticas para cuidar los océanos, una del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible y otra de la Comisión Colombiana del Océano, muestra las dificultades institucionales que tiene el país para proteger los ecosistemas marino-costeros. 

Fotografías Salida de campo Hidrobiología, Pregrado Oceanografía. Cortesía Corporación Académica Ambiental.

Los retos para la conservación marina son cada día mayores para un país que aún le da la espalda al mar y en el que los esfuerzos científicos todavía no generan la suficiente conciencia ambiental. 

El habitante de Medellín necesita menos de 7 horas para llegar al mar de Antioquia; hasta Turbo son un poco más de 340,9 kilómetros los que hay que recorrer en carro si se quiere disfrutar de las costas y el mar del departamento; un mar que se añora, pero al que al mismo tiempo se le da la espalda por la desconexión de la ciudad con los ecosistemas marino– costeros y la falta de educación sobre interconectividad hídrica que permita entender que lo que se hace en la zona continental tiene un impacto directo en el litoral. 

Karla Barrientos Muñoz, de la Fundación Tortugas de Mar, sabe que “desde la ciencia no lo hemos logrado todavía, por eso son importantes espacios que nos permitan entender otras miradas. Tenemos que seguir haciendo ciencia, pero necesitamos llegar también a otros espacios y tocar el corazón de las personas”.

Y es que la herencia obligada de esta generación a las próximas es problemática, pues el 80% de la contaminación de los océanos es causada por los humanos, según datos de la ONU. En Colombia, por ejemplo, casi la mitad del territorio corresponde a agua salada y de los 32 departamentos, 12 poseen zona marino costera, lo que significa que la afectación de los océanos toca directamente a millones de habitantes de estos departamentos y a quienes se benefician del mar en los centros urbanos, pues los océanos son la séptima economía mundial, pero generalmente se asocian solo con diversión. 

Lo más importante es lograr conectarnos con la naturaleza. Por ejemplo, por más que llevemos mensajes de las cifras del plástico que se producen al año, en la celebración del día de los océanos y en espacios del mar sigamos usando botellas plásticas. No se puede satanizar el plástico porque va a seguir existiendo y hace parte de nuestra economía, pero sí tenemos que repensar ese 40% de plástico de un solo uso”, afirma Barrientos Muñoz. 

Sobre todo, porque el plástico es un material que no se biodegrada pero sí se fragmenta, lo que significa que es probable que convivamos con micro plásticos en muchos espacios de vida e incluso que los ingiramos al consumir animales provenientes del mar. 

Ciencia y política pública

Los investigadores que participaron en el conversatorio ¿Qué podemos hacer por los océanos?, a propósito de la celebración del Día Mundial de los Océanos, coincidieron en la necesidad de articular ciencia con política pública. Un tema nada nuevo. 

“Tenemos mucho que enseñarles a los políticos porque el problema más grande es reducir las emisiones de carbono. En términos de arrecifes tenemos que mejorar la calidad del agua que llega a ellos para que sean más resilientes, y aceptar que estamos provocando cambios climáticos, aceptar nuestra responsabilidad de haber generado todos estos problemas”, dice Anastazia Banaszak, investigadora de la Universidad Autónoma de México. 

El profesor de la Universidad Eafit, Juan Darío Restrepo Ángel, va más allá al afirmar que Colombia está en un colapso ambiental e institucional, entre otras cosas porque no cuenta con una línea que conduzca a la toma efectiva de decisiones. De ahí que resalte la responsabilidad de hacer “ciencia para tomadores de decisión, que desde la académica toquemos sus puertas, asunto que no es fácil porque se necesita lobby, pero sí se puede. Tenemos que hacer ciencia bien hecha, no solo consultoría rápida”. 

El mar como territorio

Vivir en el mar y del mar implica pensar en quiénes habitan ese territorio marítimo. “Deberíamos interesarnos por conocer más de sus vidas y qué es lo que están haciendo en relación con su territorio”, dice Dino Jesús Tuberquia Muñoz, biólogo e investigador.  

Porque la problemática de los océanos hay que entenderla a escala global, en la que aparecen asuntos como las emisiones de carbono, la caza de ballenas y otro tipo de pesca indiscriminada, el consumo de plástico en los países industrializados, las débiles políticas públicas para la reducción de contaminantes, la explotación ilegal de recursos, o la pobreza de poblaciones que viven del mar, como es el caso colombiano. 

De ahí que Vladimir Montoya, director del Instituto de Estudios Regionales de la Universidad de Antioquia, INER, resalte que a “la discusión sobre la responsabilidad hay que ponerle rostros concretos. Y nosotros tenemos mucho por hacer con una ciencia que sea capaz de interactuar con otros saberes, de dar debates internos. A veces situamos la responsabilidad del daño en comunidades que fueron obligadas -por el conflicto- a instalarse en una línea de costa que no conocían. Si no hacemos una mirada intercultural de la vida en esos territorios seguramente las posibilidades de conservación se reducen”.

Y agrega que enseñar sobre la responsabilidad de cada persona con la protección de los océanos “pasa por hacer de la geografía algo vivo, la geografía como la vida en los territorios”; ya que el sentido de pertenencia y la conexión con el lugar en el que se vive son proporcionales a la memoria y educación geográfica de cada habitante.

Es precisamente por lo anterior que “uno de los errores más grandes en el tema de conservación en Colombia es que cuando los biólogos nos graduamos creemos que podemos salvar el mundo y llegamos a las comunidades, que son las que viven los retos ambientales en el territorio, con una visión muy cuadriculada de las cosas. Creo que los biólogos tenemos la obligación de ir a untarnos de la Colombia biodiversa no solo en animales y plantas, sino en cultura”, concluye Karla Barrientos Muñoz. 

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