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Academia Opinión

¿Ganó Colombia? Un país, un equipo, una farsa

20/06/2018
Por: Jean Paul Sarrazin Martínez, PhD. docente departamento de Sociología UdeA

"...Esta asociación ficticia entre la Selección y el país, sin embargo, es una farsa demasiado difundida y extrañamente aceptada en todos los sectores de la población nacional. ¿Por qué parece tan difícil (y a la vez tan evidente) decir que un equipo de fútbol no somos todos, no es un país, ni una sociedad, ni representa a la mayoría de los que vivimos en un territorio?..."

Comienzo aclarando que no soy uno de esos intelectuales que no practican ningún deporte y no les interesan los deportes. Al contrario, he practicado un deporte de alto rendimiento, he competido, me encantan los deportes, y me gusta el fútbol. Sin embargo, los hechos sociales observados durante la pasada Copa Mundial de Fútbol, Brasil 2014, no deberían olvidarse sin una cierta reflexión. Me dirijo a un público colombiano, por lo que no es necesario describir todo lo ocurrido en ese momento, pero recordemos algunos hechos: la Selección nacional de Colombia jugó 5 partidos, de los cuales ganó 4.

El interés en los partidos de la selección fue creciendo a medida que avanzaba el campeonato: más y más personas se iban reuniendo en torno a los televisores cuando jugaba “Colombia”, más y más camisetas de la selección se vendían, incluso a quienes jamás en la vida habían comprado una, y las personas que nada sabían de fútbol empezaron a “amar a la selección” y a “amar a James” (el delantero que se convirtió en estrella mediática). El comercio de objetos relacionados con la selección fue inmenso, los noticieros televisivos todos empezaban por notas deportivas que a veces se extendían más de la mitad del tiempo al aire, dándole más importancia al torneo que a cualquier otro evento (por ejemplo, a las múltiples acciones terroristas de grupos armados que hubo en el país en esos días, o los increíbles casos de corrupción que constantemente se descubren en las instituciones públicas).

Por su parte, los personajes de la farándula y las élites políticas, principalmente el presidente Santos, tenían que hablar de fútbol, en particular enalteciendo a un individuo, al delantero James. La importancia de los partidos incluso se institucionalizó cuando se declaró día “cívico” para la fecha en que se realizó uno de los partidos. Finalmente, vale recordar que después de los encuentros en los que ganó la Selección Colombia, hubo miles de riñas, cientos de heridos y varios muertos.

Ese tipo de hechos de importancia masiva, ligados al fervor futbolístico y a un patriotismo de proporciones inusitadas, llamó nuestra atención como fenómeno social y cultural. Todo ese fervor y la cantidad de actividades sociales que suscitó, se justificaron con frases como estas: “Todos somos la Selección”, “Ustedes [los jugadores] son todo un país”, “Nos hacemos grandes con ustedes”. Esta asociación ficticia entre la Selección y el país, sin embargo, es una farsa demasiado difundida y extrañamente aceptada en todos los sectores de la población nacional. ¿Por qué parece tan difícil (y a la vez tan evidente) decir que un equipo de fútbol no somos todos, no es un país, ni una sociedad, ni representa a la mayoría de los que vivimos en un territorio?

El punto aquí no es descubrir el agua tibia diciendo que esa asociación entre la Selección y un país es ficticia, un hecho puramente simbólico e imaginario, sino notar con estupefacción los inmensos efectos sociales que tiene, y además decir que el balance de aquellos efectos no es nada positivo. Se dice, no obstante, que “nos dieron una alegría frente a tantos problemas y tristezas que hemos vivido”; de hecho, luego del mundial, miles de avisos públicos presentaban frases como: “Gracias Colombia por darnos tantas alegrías”. Por eso no falta quien se pregunta: “¿Qué de malo tiene alegrarse con un partido de fútbol?”. Claramente, allí no está el problema. Veamos entonces algunos de los problemas.

Aun en el caso en que se aplique la consigna de “celebrar sanamente”, las alegrías de unas victorias en el deporte no sólo son demasiado pasajeras, sino engañosas, porque los equipos nacionales, tarde o temprano en la historia también pierden, y entonces vienen tristezas igual de intensas a las alegrías por las victorias. Por otro lado, más adelante argumentaré que aquellas alegrías por las victorias conllevan otro tipo de efectos secundarios mucho más negativos que el “guayabo” de una derrota.  

Pero sigamos con las frases típicas que justifican la fantasía: “Todo esto refuerza nuestra identidad, nuestro patriotismo y nos hace sentir orgullosos de ser colombianos”. ¿Cuál es ese patriotismo y realmente para qué sirve? La verdad es que cantar el himno nacional a todo pulmón, o ese “amor por la bandera” que lleva a besar una camiseta marca Adidas y fabricada en China, son acciones que no se traducen, en absoluto, en la construcción de una buena sociedad, no generan colaboración ni solidaridad. De hecho, el inmenso patriotismo que estalla durante los días del Mundial y luego se apaga ante la eventual derrota, muestra justamente que no es así. Otras personas me han dicho: “Eventos como este nos unen como colombianos y nos hacen amar más nuestro país. Entonces ¿cuál es el problema?”. Algunos de los problemas son hechos sociales (que describo en desorden, porque uno no va primero que el otro) están relacionados con aquellos felices momentos de colombianidad.

Ver aquí el texto completo de este análisis


Nota

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