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UdeA Noticias
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Vida

Que el cáncer no te derrumbe

03/10/2017
Por: Juan Diego Restrepo Toro – UdeA Noticias

Después de dejar el Chocó, distintas mujeres con cáncer en estadios avanzados deben instalarse en Medellín en busca de tratamiento médico. Permanecen mucho tiempo “sin ver a los hijos, ni a nadie cercano”, desprotegidas o abandonadas por las EPS, y al mismo tiempo resistentes y valientes. 

Foto: Gladys Moreno Dávila es cabeza de hogar y dejó el Chocó desde 2014 porque quiere seguir con el tratamiento médico que le realizan en Medellín. 

Es un desplazamiento de vida o muerte, y no por causa del conflicto armado. Sin dónde alojarse y con un cáncer que comenzó en el seno pero luego hizo metástasis, Gladys Moreno Dávila llegó al Hospital General de Medellín en 2014, proveniente de Paimadó, Chocó. “Si a uno le da cáncer en el Chocó significa la muerte. Aquí me han atendido excelentes médicos pero mi EPS, Asociación Mutual Barrios Unidos de Quibdó, me niega las autorizaciones. Ya tengo dos quimios atrasadas y no sé qué pasó, porque antes era una EPS muy correcta. Por eso aprendí a poner tutelas, porque yo quiero vivir ¡quiero seguir mi tratamiento!”

Sara Ramos Jaraba, administradora en Salud y magíster en Salud Colectiva, estudió el caso de 14 mujeres chocoanas que migraron a Medellín en busca de tratamiento médico: “el cáncer les parte la vida en dos a quienes viven en regiones periféricas, que no tienen infraestructura para atenderlas, pues al diagnóstico se suma la zozobra de tener que migrar con pocos recursos a una gran ciudad”.

Fue en el albergue del Buen Dios, ubicado en el barrio Prado Centro, donde la investigadora Sara Ramos conoció a Gladys y a otras mujeres que pasan por experiencias similares, la mayoría de ellas originarias del Urabá y del Chocó. Con fundaciones como Fundayama y otros albergues, Sara Ramos pudo contactar distintas mujeres para el estudio. Su interés era comprender los significados que las mujeres afrodescendientes le asignan al cáncer. 

“Esos significados son construidos por sus experiencias y su espacio social: para muchas de ellas significa sufrimiento y muerte, pero también fuerza y valentía”, apuntó Sara Ramos, “más allá de investigar, este proceso me sirvió para tejer redes de cercanía y amistad con ellas, por eso tuve tantos aprendizajes personales, entre ellos su espíritu de superación y su fuerza para sobrellevar la adversidad”. 

Gladys Moreno aprendió a no dejarse derrumbar por el cáncer. Aunque en el albergue la cuidaron durante año y medio, mientras le realizaban quimio y radioterapias, se sintió a punto de morir. “Llegué deprimida del Chocó, el cáncer estaba muy agresivo, el médico me dijo que era avanzado, yo no quería comer, estaba sola, me sentía mal y en el alberque me dieron muchos ánimos para luchar, porque tengo cinco hijos y dos de ellos son pequeños”. Al recordar ese momento siente que se ha transformado, que piensa diferente y que de estas dificultades ha aprendido a ser más servicial, a sobrellevar la enfermedad y a sobrevivir en la ciudad. 

Ser mujer, afro, migrante y con pocos recursos económicos

La falta de preparación de los servicios de salud para atender a las mujeres afrodescendientes es una de las conclusiones del estudio. De acuerdo con Sara Ramos los profesionales de la salud no aplican enfoques diferenciales ni llenan la variable étnica en la historia clínica porque para ellos es igual atender a una mujer indígena, mestiza, blanca o afrodescendiente. 

“Pero no es lo mismo hacer un proceso de educación en salud para afrodescendientes que para mestizas: el lenguaje, la relación con el cuerpo y la espiritualidad no son las mismas. No llenan esa variable porque piensan que diferenciar es discriminar, lo que responde a un proceso de blanqueamiento en la sociedad colombiana”, además Sara Ramos explicó que estas mujeres reúnen características que determinan la inequidad de género, de etnia y de clase social, a lo que agregó la inequidad geográfica, pues quienes no viven en las ciudades principales no pueden acceder a los servicios

El tema está tan invisibilizado que no aparece en la agenda de quienes toman las decisiones de salud, ni en los medios de comunicación, ni en las organizaciones de afrodescendientes, que según Sara se han centrado más en promoción de derechos y ejercicios de ciudadanía.

La situación de salud del Chocó y de otros lugares periféricos en Colombia es precaria y preocupante. “En Quibdó hay pocos especialistas y no hay un hospital de tercer nivel, lo que responde a una inequidad geográfica, y en esa migración a las mujeres les pasan mil cosas con el trabajo, con los hijos y sus familiares”, indicó Sara Ramos. Muchas de estas mujeres llegan a los albergues pero a otras las EPS se los niegan, entonces deben buscar la estadía con algún conocido o pasar de casa en casa, lo cual significa sentirse como una carga respecto a quienes las hospedan y casi siempre deben instalarse en la periferia de la ciudad. 

Gladys trabaja haciendo labores domésticas esporádicamente y se trajo a sus dos hijos pequeños, de 8 y de 6 años, del Chocó para instalarse en el barrio Las Independencias. Hoy recuerda esos primeros meses en Medellín:“me mantenía muy preocupada porque había dejado a mis hijos, entonces le pedí al médico que me diera vacaciones para volver a mi tierra y luego hice todo lo posible para traerlos. Hoy vivimos en una pequeña pieza y yo soy la cabeza de hogar”. 

Le preocupa también el estado de salud de amigas que están en situaciones parecidas. “A una de ellas no le han autorizado la orden que le manda el doctor para venir a su tratamiento a Medellín; a otra ni los tiquetes ni las órdenes se las han autorizado”, y relató que una paisana suya murió justo el día antes en Chocó, “porque la EPS no le autorizó unas operaciones que el médico le mandó”.

Sara Ramos ha investigado, desde que cursaba el pregrado de Administración en Salud, temas como las dificultades en la atención de mujeres con cáncer de cuello uterino. Actualmente trabaja en un proyecto similar con mujeres en la periferia, en los departamentos de Nariño, La Guajira y Amazonas, donde ha encontrado características similares de inequidad. 

En el pueblo de Gladys, Paimadó La Rancha, no hay médico ni puesto de salud. “Si alguien se enferma se puede morir, el Estado nos tiene alejados. Allá tengo familia, pero no hay oportunidades para trabajar más allá de trabajar la tierra o la minería, y las dos implican actividades físicas que no puedo hacer por la enfermedad. Así que no regreso hasta curarme”. Paimadó es uno de los pueblos más pobres de Colombia y sus aguas han sido contaminadas con mercurio por la minería. 

“Para una mujer es más difícil afrontar el cáncer porque en mi caso soy cabeza de hogar, debo cuidar a mis hijos y trabajar”, reflexionó Gladys Moreno, quien le pide a Dios que les ablande el corazón a los ministros, al gobierno y a las EPS, “para que las personas puedan seguir el tratamiento, porque ya no les vale ni tutela. Hay veces en que me rompo mucho, quisiera morirme porque me canso demasiado. A simple vista estoy sana pero nadie sabe lo que uno siente en el cuerpo, hay noches que no duermo del dolor. Pero veo a mis hijos y Dios me da fuerzas para luchar”. 

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