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Opinión

Este curso contiene escenas de sexo y violencia

07/06/2019
Por: Wilson Orozco, profesor Escuela de Idiomas UdeA

« ... Y no se crea que eso sucede con la última banal película en cartelera o con el más reciente libro del youtuber de turno. No. Es sobre textos que a cierta edad y con un cierto grado de escolaridad, ya se deberían haber incorporado en la cultura general de cualquier mortal ...»

Empecemos por lo más sencillo, por los spoilers. Ya no se puede dar una clase tranquilo, analizando cualquier relato, aludiendo obligadamente al final en muchos casos –y si es que dicho análisis ha de tener algún sentido–, porque de inmediato se abalanza una turba de antispoilers dispuesta a atacarlo a uno con toda suerte de pucheros y de resoplos.

Y no se crea que eso sucede con la última banal película en cartelera o con el más reciente libro del youtuber de turno. No. Es sobre textos que a cierta edad y con un cierto grado de escolaridad, ya se deberían haber incorporado en la cultura general de cualquier mortal.

Total que va uno por el mundo sufriendo por no estropear los textos literarios o las películas que, igualmente sospecha uno, el mencionado comando antispoiler ni siquiera se va a tomar el trabajo de abordar. Será necesario entonces, al paso que vamos, agregar al inicio de cada programa, como bien sucede con ciertas páginas de internet mediocres, la advertencia de marras: “Antispoilers: este curso contiene spoilers”.

Lo otro es la molestia por el sexo y por la violencia de los textos fílmicos y literarios, mucho más aun porque parece que corren con mayor intensidad tiempos puritanos y mojigatos, así el consumismo nos haga creer lo contrario. Recibí la evaluación de uno de mis cursos, y se me decía en ella, a modo de crítica por supuesto, que el susodicho curso contenía un exceso de sexo y de violencia en los textos fílmicos que utilizo para el análisis.

Pero no crea usted, amable lector, que dichos textos provienen del condenado porno o del condenable género snuff. No. Son textos fílmicos que circulan en nuestro medio, siendo la gran mayoría de ellos verdaderas obras de arte. Y sospecho yo que dicha crítica puede provenir de alguien recatado y dulce, de una de esas personas excesivamente serenas, que han logrado dicha serenidad con algo gratis (o ni tan gratis, ya que hay que pagar el diezmo) como es la oración narcotizante.

En otras palabras, proveniente de una cristiana. Sí. Porque en mis ya par de décadas como profesor, he debido librar luchas realmente violentas (con violencia simbólica, quiero decir), con aquellos y aquellas que quieren meter sus versículos bíblicos (recitados de memoria) en la interpretación académica.

Aunque, viéndolo bien, no sé cómo hacen para criticar en el arte lo que no son capaces de ver en las narices de sus biblias, a saber: desnudos (de aquellos desobedientes Adán y Eva); los irreprimibles celos de Caín y que él no vio mejor manera que gestionar sino a través del asesinato de su hermano; el incesto (de las hijas de Lot con su ebrio padre); el voyerismo (de un par de ancianos que espiaban a la Susana de turno), y bueno, dejemos aquí porque abundan los ejemplos violentos y sexuales, y todo tiene un límite, hasta las palabras de una columna.

Finalmente, sospecho yo también que la crítica debe provenir de una cristiana obediente (como esas mujeres que pululan en la sexista y patriarcal Biblia), y que bien supo seguir los consejos de su pastor, al rechazar siempre y en todo lugar el pecado enmarcado en unas imágenes fílmicas (que no bíblicas).

Como aquella otra, por ejemplo, y que cierta vez escuché mientras me servía un café en cualquier Juan Valdéz. Hablaba ella con su compañero de trabajo, quien procedió a mostrarle una foto de una comida, de esas que la gente suele montar en cualquier red social, mucho antes incluso de haberse zampado el fotografiado plato. Al ver la foto, dijo ella al instante con dulzura: –No sé, pero el pastor de mi iglesia dice que no es correcto tomar fotos de las comidas.

No supe de las razones de este, ni me interesaron. Lo que sí llamó mi atención fue el tamaño de la autoridad que el encorbatado pastor tenía sobre nuestra dulce muchacha. Como si ya la famosa y antigua expresión “lo ha dicho el maestro” (“magister dixit”) se hubiera metamorfoseado en “el pastor dice” o, en su otro patético correlato, “el que diga Uribe”.


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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