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Opinión

Pregunta política incorrecta

13/08/2018
Por: Fabio Humberto Giraldo Jiménez, profesor UdeA

"...Distinguiendo entre legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio, encuentra fácilmente que, a diferencia del poder divino que es legítimo por si mismo aunque delegado en su Iglesia, en sus sacerdotes y en sus fieles más fieles, el poder que hoy llamamos civil está corrompido..."

Si de los Gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten sino en bandas de ladrones a gran escala? Y estas bandas, ¿qué son sino reinos en pequeño? Son un grupo de hombres, se rigen por un jefe, se comprometen en pacto mutuo, reparten el botín según la ley por ellos aceptada.

Supongamos que a esta cuadrilla se le van sumando nuevos grupos de bandidos y llega a crecer hasta ocupar posiciones, establecer cuarteles, tomar ciudades y someter pueblos: abiertamente se autodenomina reino, título que a todas luces le confiere no la ambición depuesta, sino la impunidad lograda. Con toda finura y profundidad le respondió al célebre Alejandro Magno un pirata caído prisionero.

El rey en persona le preguntó: «¿Qué te parece tener el mar sometido al pillaje?». «Lo mismo que a ti -respondió- el tener el mundo entero. Sólo que a mí, como trabajo con una ruin galera, me llaman bandido, y a ti, por hacerlo con toda una flota, te llaman emperador». San Agustín. La ciudad de Dios. Contra paganos. Libro IV. Capítulo IV.

Esta cruda paradoja política expuesta por San Agustín tiene contexto específico. El Obispo de Hipona pretende, como aún se hace hoy, que la justicia divina y por tanto la Ciudad de Dios, esté ética y políticamente por encima de la justicia laica y del poder terrenal convertido en Estado solo en virtud de la magnitud y complejidad de aquello sobre lo cual gobierna. Y la razón es simple y patética.

Distinguiendo entre legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio, encuentra fácilmente que, a diferencia del poder divino que es legítimo por si mismo aunque delegado en su Iglesia, en sus sacerdotes y en sus fieles más fieles, el poder que hoy llamamos civil está corrompido de origen por la ominosa tara que se hereda del pecado original agravado por el peccata mundi del cual somos dóciles y piadosos practicantes en este concupiscente y carnívoro mundanal. Y en cuanto a legitimidad de ejercicio, no le faltan razones de hecho para demostrar que en el ejercicio de su poder, muchísimos reyes como el magnífico Alejandro, no son mejores personas que su prisionero, el famoso pirata Diomedes, antes jefe de galeras, a quien por la aguzada mollera y el dilatado ingenio demostrado en su respuesta, terminó el mismo Alejandro erigiendo en príncipe con la condición de que colgara el garfio.

En esta época en que los pesimismos reales y ficticios, genuinos e inducidos, son cultura y estrategia política que ponen a prueba la legitimidad del poder político tanto por su origen como por su ejercico, ésta paradójica pregunta adquiere peremnidad porque al aludir a la justicia normatizada en el Derecho como núcleo de la sociedad política y sin el cual no lo sería, muestra la fragilidad de los cimientos sobre los cuales descansa un sistema político de suyo tan enclenque como la democracia, a la cual, como a la relación matrimonial hay que reinventarla y acariciarla cada mañana para que resista las tentaciones de la calle, es decir las incertidumbres sobre su legitimidad, los amoríos de la ilegalidad y los sofisticados galanteos del optimismo fatuo.

Para personas tan aparentemente diferentes como un fundamentalista religioso, un revolucionario, un anarquista, un redentor, un milenarista y un populista, el pesimismo antropológico y político que expresa este fragmento agustiniano en el que se sustituye una justicia por otra, no es una simple metáfora sino un principio de acción. Como es estrategia para quien quiere deslegitimar un poder en ejercicio para conformar el propio o remendarlo a su gusto.


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos.  Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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