Opinión

Existe un refrán que dice «a veces, los árboles no nos dejan ver el bosque», el cual es más frecuentemente utilizado en inglés que en español —can’t see the forest for the trees—. Esta frase se utiliza para indicar que centrar la atención en pequeños detalles o un enfoque limitado no permite percibir una realidad más amplia o una situación más compleja que tiene diferentes aristas. Quiero usar la frase para abordar inicialmente dos caras de la moneda de la crisis de la deforestación en Colombia.

Claramente, deforestación significa pérdida de bosques, pero dicho proceso se genera con la pérdida de «un árbol a la vez». En respuesta, los gobiernos locales, departamentales y el nacional en las últimas dos décadas han abordado el problema con la estrategia de sembrar árboles. Sin embargo, muchas de estas siembras nunca llegaron o llegarán a convertirse en bosques por falta de seguimiento, vigilancia o control; falta de un enfoque sistémico y visión de largo plazo.

En algunos momentos se ha abordado con más ímpetu la vigilancia y control para frenar la deforestación tanto en términos de hectáreas como de árboles de especies particulares, principalmente aquellas en peligro de extinción. Así: «ver los árboles no deja ver el bosque», pero también «ver el bosque no deja ver los árboles». Las dos miradas son importantes para comprender este problema complejo. Por lo tanto, mi propuesta de cambio de pensamiento institucional y cultura ciudadana es: «debemos ver los árboles y el bosque».

En el mes de abril tenemos dos celebraciones importantes dentro del calendario ambiental colombiano: el «Día de la Tierra» —conmemorado el pasado 22 de abril— y el «Día del árbol». Quiero utilizarlas para abordar otra crisis del momento actual: la sequía. En ella convergen Tierra y árbol. Pero también el bosque. Se ha promovido en los medios que la crisis de la sequía ha sido, en parte, generada por un fuerte evento: El Niño. Se ha venido explicando como el resultado de la falta de lluvia durante algunos meses, particularmente en las cuencas de captación de agua que alimentan los acueductos y embalses para diferentes propósitos. En esta crisis de la sequía ya no aparece en el discurso el tema de la deforestación, menos se mencionan los árboles.

Obviamente, la actual disminución de la intensidad y frecuencia de la precipitación tiene una explicación en la alteración de la circulación atmosférica de la Tierra y, en particular, en el Sistema Atmósfera-Océano del Pacífico Oriental Tropical, donde se originan las fases El Niño y La Niña. Pero también la severidad de la sequía atmosférica se traduce en la acelerada disminución de la humedad del suelo y del caudal de los ríos, por la pérdida de bosques y de árboles. Los bosques regulan el ciclo del agua, lo cual es en últimas, la suma de la regulación que ejerce cada árbol.

Por lo tanto, en la crisis de la sequía «debemos ver el árbol y el bosque». Más aun, «debemos ver integralmente el árbol, el bosque y el planeta». No debemos perder las múltiples perspectivas que nos conducirán a una mejor comprensión del complejo problema actual. Sí, hay que ahorrar agua. Sí, hay que mejorar la infraestructura de embalses y acueductos. Sí, hay que mejorar las políticas y planes de gestión del riesgo. Pero también hay que continuar con las políticas y acciones de protección de los bosques y su restauración.

También hay que continuar con la protección y manejo sostenible del arbolado urbano y rural. El multicampus de la Universidad de Antioquia no es ajeno a ello y cada vez más se consolida como un referente en el Valle de Aburrá y Antioquia. Las zonas verdes arboladas deben ser gestionadas como si fueran «bosques»; con principios ecológicos y no solamente respondiendo a parámetros ornamentales o estéticos. Debemos entender que cada una es un pedazo de Tierra; un pequeño ecosistema. Cada una es un engranaje en los ciclos del agua, del carbono y de otros elementos.

En mi primera entrega de esta serie de columnas mencioné que debajo de la hojarasca producida por los árboles en las zonas verdes de la Ciudad Universitaria de la UdeA —en Medellín—, la temperatura es entre 15 y 19º C más baja que en áreas expuestas al sol directo. Eso se traduce en una mayor capacidad de retención de la humedad. Esto puede representar varios litros por metro cuadrado de diferencia entre un suelo descubierto y otro protegido por la hojarasca y el arbolado. Esto hace la diferencia en una cuenta de ahorro en la cual la moneda es el agua. Suelos más húmedos no requieren ser regados y mantienen a las plantas durante más días sin lluvia. No caigamos en la falsa dicotomía atomista que nos invita a ver el árbol o el bosque. Vivimos en la era de la bio-complejidad. Debemos ver y comprender el conjunto: el árbol, el bosque, la Tierra.

Lecturas recomendadas:
Coville R. y colaboradores. 2020. Modelling the impact of urban trees on hydrology. https://www.fs.usda.gov/nrs/pubs/jrnl/2020/nrs_2020_coville_001.pdf
Rahman M.A., y colaboradores. 2023. A comparative analysis of urban forests for storm-water management. Scientific Reports 13, 1451. https://doi.org/10.1038/s41598-023-28629-6

Nota: Esta es la segunda entrega de #SueloUdeA2030, una línea editorial que se publicará durante 2024 como estrategia de apropiación social del conocimiento en torno al suelo en el espacio universitario y urbano. Esta vincula los tres ejes misionales (investigación, docencia y extensión) como parte de la estrategia #UdeASostenible para generar pedagogía y visibilidad del patrimonio natural de la Universidad. También es una contribución a la celebración del último año de la Década Internacional de los Suelos declarada por la Unión Internacional de Ciencias del Suelo y del Decenio de la Restauración de los Ecosistemas declarada por las Naciones Unidas. Con el apoyo de la División de Infraestructura Física y el Instituto de Biología de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. Foto del columnista: Jose Luis Londoño.

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Notas:

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