Opinión

“Murió” José Jairo Alarcón, gran amigo y reconocido profesor de la Universidad y especialmente entre los estudiantes de filosofía. Hoy en un país lejano, me enteré de su muerte a través de las redes sociales. No sentí mucha tristeza, solo un poco de ella, pues aunque difícil, es necesario aceptar que la muerte es parte de la vida y que no deberíamos llorarla, sino festejarla. 

La muerte siempre nos detiene, un pare en el camino para pensar cómo vivimos, ella nos invita a  hablar de la vida, pensar el valor de la existencia, el sentido de vivir. Pero con la muerte de José, no puedo sino pensar en la muerte y  recordar a José con Baruch Spinoza, nuestro punto en común, pues en este sendero siento a José, y aún lo puedo imaginar en todo lo que me rodea -nos rodea-. Sé que no se ha ido, que está allí en la UdeA e incluso aquí, en mi casa, en mí.

Y es que  los “Spinocistas” no mueren, y José Jairo Alarcón era un “Spinocista”, o alguien que seguía de cerca las ideas de Baruch Spinoza. Si “murió” como “Spinocista” no está muerto, si murió como erudito reproductor de conceptos y pensamientos ajenos, puede que si lo esté. Depende de él y de nosotros respecto a cómo entendamos la vida y la muerte y sobre todo como vivamos el pensamiento.

Hay unos que viven el pensamiento, que lo experimentan, lo encarnan, otros, solo lo repiten. Hablé con el maestro Alarcón muchas veces, y honestamente  agradezco horas y horas de amables conversaciones. Vi en él un pensador, un hombre con habitus –en la línea de Bourdieu-, con cuerpo de intelectual, sin embargo, alguien bondadoso, amoroso y solidario con aquellos que pensaban, que deseaban saber de la vida, de sí mismos.

Confío en que Alarcón al final de sus días haya sido “Spinocista”, pues me gusta pensar que no ha muerto, que no dejo de existir, sino que simplemente cambio de relación. En Spinoza la muerte no significa dejar de existir, pues morir realmente es dejar de ser lo que se era para ser otra cosa, simplemente se cambia de relación, por eso nadie muere, por eso somos eternos.

Somos, soy una relación de relaciones, un paquete de relaciones –como líneas que se entrecruzan-, esta que se nombra a sí misma Ivannsan, con una historia particular y siempre en relación con otros paquetes de relaciones, por ejemplo individuos, pero también alimentos, ideas, herramientas, acciones, objetos, en todo caso finitas.

Relaciones que no dejan de relacionarse, en otras palabras, vidas de todo tipo que no dejan de vivir y reproducirse infinitamente, en lo que nos corresponde la humanidad. Entonces cuando se muere en Spinoza, como en Jesucristo –el Jesucristo de Spinoza y los inmanentes- y en mucho del conocimiento espiritual, aquel que refiere a la pregunta por la vida y por sí mismo, realmente no se muere, solo hay un cambio de relaciones.

La materia sigue haciéndose materia y las ideas, siguen siendo ideas, pero en otras relaciones, otros escenarios, en otras direcciones.  En todo caso no se puede ser “spinocista”, eso sería asumir que se tiene una sustancia, una esencia y Spinoza no estaría de acuerdo, pues nadie “es” todo está siendo, relacionándose. Todo y todos somos energía deviniendo, ni cuerpo ni mente, solo energía.

En Spinoza somos relaciones de relaciones, paquetes de relaciones geométricas y finitas, siempre relacionándose, siempre siendo y tratando de existir. Ellas en su conjunto tejen la sustancia, única y eterna, para algunos Dios o todo lo existente y por existir.

Solo mueren los que no saben vivir ni qué es la vida. Mueren y sufren la muerte los que no se han preocupado por sí mismos ni por saber realmente qué son, ellos sienten que pierden cuando mueren, por eso no quieren morir, tienen miedo de perder su “yo”, su historia llena de alegría y tristemente, en la mayoría de los casos dolor, confusión respecto a qué es vivir y cómo vivir.

Quienes saben qué es la vida y se han preguntado por ella, no mueren y no pierden muriendo, por el contrario, ganan, pues dejan de ser ese yo cargado de predisposición al dolor, y pasan a integrar el Todo, la sustancia. A esto los hombres los religiosos lo  llaman volver a Dios o reintegrarse al Todo, ahora sin la confusión del “yo”. Solo se puede ser uno mismo, entendiendo que ser uno mismo en Spinoza como en Krishna, Jesucristo o Buda, significa saber qué es la vida y qué lugar ocupamos en ella. Sé que José sabia de eso y posiblemente ganó la vida y la eternidad, por eso festejo su muerte, ahora sé que definitivamente, José es eterno y no ha muerto.