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Opinión

Una difícil reconciliación

13/09/2017
Por: Judith Nieto López, PhD, profesora Facultad de Medicina, UdeA

"...es pensable que el punto final de una larga temporada de violencia puede darse una vez seamos capaces de revisar el pasado con la verdad, sin omisiones ni alteracionees; una vez permitamos, con espíritu de reconciliación, revisar lo que ocurrió..."

El paso que dan las Farc con el desarme es una
bendición y más para los pueblos rurales
que es donde está la gente pobre del país
y que ha sufrido las vicisitudes de la guerra.

Padre Antún Ramos, expárroco de Bojayá


Si se adelanta una mirada al país a partir del momento en que el gobierno y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército Popular (FARC - EP) firmaron el acuerdo de paz discutido, pensado y escrito en La Habana, se puede apreciar cómo uno de los sentimientos que se ha hecho más visible entre una parte considerable de los colombianos es el del odio; basta con apreciar la polarización actual de la sociedad, rasgo que ha llevado a que la nación, rota y colmada de prejuicios, parezca estar incapacitada para sentir y valorar el momento histórico por el que hoy transita.

Claro que es imposible hacer a un lado el enorme dolor padecido por parte de la población, especialmente rural; sufrimiento causado por el prolongado conflicto, cuyas cifras en años de violencia ejercida no es necesario repetirlas, dada la reiteración de estas, sobre todo desde el día en que se firmó lo pactado en Cuba. Sí, el dolor seguirá presente durante muchos años, es imposible omitirlo. Pero lo que debemos intentar remediar es el odio exacerbado; un odio que se siente aún más mientras el posconflicto avanza y cuando en poco tiempo debe iniciar el proceso de reincorporación de los miembros de las FARC a la vida civil.

Por todo ello, para Colombia la urgencia del momento consiste en pensar y, en lo posible, en dar el paso a la reconciliación, para “atraer y acordar los ánimos desunidos” (RAE, 1994, p. 1742). Esta definición puede suscribirse como un apremiante llamado al momento por el que pasa el país y desde el que se levanta el futuro que vivirán niños, jóvenes, adultos y ancianos. Momento que tiene el imperativo de disminuir —y, en lo posible, acabar— el rencor y calmar la cólera, que han sido incentivados por quienes se resisten a la aplicación de lo acordado con la guerrilla que ahora depone sus armas; la guerrilla que por tantas décadas actuó de manera siniestra en el país.

Una sociedad es capaz de reconciliarse cuando, sin rencores, sin prevenciones y sin diatribas puede volver al pasado para revisar lo que allí ocurrió y buscar el porqué. En tal sentido, es pensable que el punto final de una larga temporada de violencia puede darse una vez seamos capaces de revisar el pasado con la verdad, sin omisiones ni alteracionees; una vez permitamos, con espíritu de reconciliación, revisar lo que ocurrió. Así, la firma de la paz, la concentración en las zonas veredales, la entrega de armas y la integración a la vida civil de los combatientes de las FARC es un llamado a todos los colombianos a considerar la reconciliación como una aspiración, para pasar sin atropellos la frontera marcada por quienes se resisten, quienes creen que, dados los alcances dolorosos del conflicto prolongado padecido, pensar en una reconciliación es algo difícil.

El momento nacional es una oportunidad para “atraer y acordar los ánimos desunidos”. Hacer caso de esta especie de imperativo puede ser una alternativa valiosa que nos evitaría continuar contemplando el helado lienzo de rencor pintado en el pasado de la historia colombiana, y solo a dos colores, que parecen conservarse sin deterioro alguno.

Referencias
Morales, C. (2017), “Voces del Sí al desarme”, El Espectador, Bogotá, p. 24.
RAE (1992), Diccionario de la lengua española, RAE, Madrid.


Nota

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