Opinión

“Estamos tan acostumbrados a los muertos, que nuestra historia no tiene fechas; sucede como en el plano de una sola guerra. Guerra que no sabemos cuándo comenzó y menos cuándo podrá terminar”.^[1] Así es como en Colombia parece inacabada la eterna disputa dual entre lo rural y lo urbano, entro lo que unos han pensado que es colectivo y otros, que es privado.

En este país pensar lo rural va más allá de ver la tierra físicamente: negra, café, amarillenta; aquí lo rural tiene vida. Gran parte de la razón de la historia de Colombia está en el incomprendido universo rural que no sólo ocupa una mayor parte del territorio superficial, sino que también, ha sido el espacio de origen de la mayoría de los colombianos como yo. Una ruralidad excluyente, siniestra, y repleta de pleitos por posesión y acaparamiento.^[2] Una ruralidad vista antagónica a la urbanización erigida como promesa de los proyectos modernizadores de las ciudades de América Latina.

Pocas personas se aventuraron a estudiar sobre este dilema, pero muchas menos se arriesgan a enseñarlo. A veces se piensa que enseñar sobre los eternos problemas entre lo rural y lo urbano en este país puede ser un despropósito, un sinsentido, pero aún hay pocos que lo vuelven su labor. Enseñar en este país ya de por sí es un desafío, pero enseñar sobre el conflicto territorial de Colombia te convierte en un “contracorriente”, en un cabeza dura. Enseñar la desigualdad rural en este país en terreno y en cada aula de clase con tantas mentes diferentes debería ser reconocido como un desafío tenaz en tiempos de olvidos forzosos: y esto no se lo dije en vida profe.

Alcancé a aprender y a debatir con uno de estos héroes de clase: el profesor Alberto Morales Peñalosa. Recibió a los primeros estudiantes del pregrado en Desarrollo Territorial en la Seccional Oriente en donde fuimos colegas. Quizás era una de las clases más esperada en la semana: “Interrelación rural - urbana”. Estos primeros estudiantes que también como nosotros le han apostado a tratar de desenredar todas las marañas que sobre el territorio colombiano se han tejido con tantos hilos de guerras y conflictos.

Estos estudiantes que se enfrentan a los desafíos de comprender las paradojas de cada territorio y con quienes el profe Alberto, los acompañó en sus primeros semestres a persistir en dicha comprensión. El impulso que dejaba en cada encuentro de clase duraba justo una semana para empatar con nuevos temas de esta historia territorial de Colombia, siempre inacabada. Y entonces, en los intervalos, a pesar del peso de los temas, salía airoso a aprender de música y a conversar sobre lo que podíamos o no lograr en nuestros estudiantes bien sea con magia, ilusión y hasta con inocencia, tan propia de los profesores en regiones, máxime de un pregrado tan arriesgado como el nuestro, tan arriesgado como la misma violencia rural del país.

Escribía Molano que el conflicto armado en Colombia comienza con La Violencia. Y, a su vez, la Violencia está asociada a dos factores originarios y concomitantes: el control sobre la tierra y sobre el Estado.^3] Aquellos que directa o tangencialmente nos hemos acercado al conflicto por la tierra, difícilmente nos resistimos a omitir ese peso en el entendimiento de la realidad del país hoy.

Ese conflicto por la tierra que se ha desenvuelto por años en la ruralidad colombiana aún sigue siendo inconcluso, y eso, que aún no se comprende por completo su pasado y faltará mucho para entenderlo en su presente. Para mí, es fundamental aprender sobre ello en campo y en las aulas, enseñarlo en la universidad y socializarlo con colombianos que aún omiten la presencia de la ruralidad en sus vidas y lo que ellos implica en la idea que tenemos como colombianos. En ese camino seguirán los estudiantes que tuvimos profe Alberto, comprendiendo, caminando y navegando por trochas y ríos, pero yendo siempre contracorriente. ¡Gracias profe!
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Referencias

^[1] Alfredo Molano Bravo, Cartas a Antonia, Bogotá: Edición Aguilar, 2020.

Nota

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