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Opinión

Ante todo, no hagas daño

03/12/2018
Por: Judith Nieto López, profesora UdeA

"...se debe tener presente que cuando se trata a un enfermo, se está tratando a una persona. Es lo primordial en el aprendizaje médico; ello explica que para desempeñarse en el campo de la salud debe ser una prioridad “aprender a ser objetivo ante lo que ve y, al mismo tiempo, no olvidar que está tratando con personas”..."

Henry Marsh
Salamandra, Colección Narrativa, 352 pp.
Barcelona

Ante todo, no hagas daño (2016) es el título de un libro de memorias, un trabajo testimonial de un médico singular, de especialidad neurocirujano. Singular, pues, antes de formarse y ejercer su actividad en el mundo de la salud, adelantó estudios de Ciencia Política, Filosofía y Economía en la Universidad de Oxford; posteriormente estudió Medicina en el Royal Free Hospital de Londres (1984), hasta hace poco ejerció como especialista en neurocirugía, en Londres.

En todo el historial de testimonios, experiencias, vivencias cotidianas y extraordinarias, reflejados en el título inspirado en un fragmento del juramento hipocrático —primum non nocere, “primero, no hacer daño”—, se da cuenta de la esencia “de una de las especialidades médicas más difíciles, delicadas y fascinantes que existen” —como se lee en la contratapa de la publicación—. Se trata del trabajo de cierre de una larga carrera de quien es reconocido como uno de los neurocirujanos más eminentes de Gran Bretaña.

El libro, que en menos de un mes alcanzó tres ediciones, da cuenta de las dificultades, más de orden humano que técnico, con las que convive quien se dedica al ejercicio de la medicina, y especialmente de la neurocirugía. Quizá por esa razón, en el primer párrafo del prólogo, Henry Marsh llama la atención acerca de lo que suelen vivir quienes han pasado por la experiencia de ingresar a un hospital para ser sometidos a una intervención quirúrgica; estos pacientes, ante los riesgos acarreados por una cirugía, con frecuencia desconfían del profesional que los intervendrá. Ante situaciones como estas, el doctor Marsh llama la atención sobre la importancia de confiar en el médico o en los médicos tratantes, pues, de no hacerlo: “la vida se vuelve muy complicada” (2016, p. 11).

Ahora, en cuanto al éxito o fracaso de la cirugía, el autor no escatima esfuerzos para responsabilizar al azar de lo que sucede en los hospitales; pues muchos pacientes no tienen presente la condición humana de los médicos, quienes no son héroes ni villanos, bien si la operación es exitosa y mucho menos cuando fracasa. Con esta consideración, el mismo Marsh afirma: “Gran parte de lo que ocurre en los hospitales es cuestión de suerte, y la suerte puede ser buena o mala. El médico pocas veces tiene control alguno sobre el éxito o el fracaso” (p. 11).

Aunque hay un rasgo que cruza toda la obra y en el que insiste su autor: se debe tener presente que cuando se trata a un enfermo, se está tratando a una persona. Es lo primordial en el aprendizaje médico; ello explica que para desempeñarse en el campo de la salud debe ser una prioridad “aprender a ser objetivo ante lo que ve y, al mismo tiempo, no olvidar que está tratando con personas” (p. 12).

Se debe saber que se trata con enfermos, para quienes no se puede descartar que al acto médico le subyace la sensatez necesaria y requerida en la carrera de un cirujano, acto que consiste en intentar encontrar el equilibrio entre el “necesario distanciamiento y la compasión, entre la esperanza y el realismo” (p. 12), equilibrio en el que insiste el doctor Marsh, a medida que ofrece al lector una narración sobre su experiencia de treinta años como neurocirujano. Un recuento de un ejercicio profesional riesgoso —“La neurocirugía es peligrosa”—, que, en paráfrasis del autor, sin ser aburrido, puede resultar gratificante, aunque no deja de cobrarse su precio.

Los relatos presentes en Ante todo, no hagas daño están divididos en 25 capítulos, cada uno titulado con el nombre de un tumor cerebral, de un padecimiento o una circunstancia de sufrimiento por la que pasa el paciente o el médico tratante —“Pineocitoma”, “Aneurisma”, “Melodrama”, “Ependimoma”, “Hibris”, “Anestesia dolorosa”, entre otros—; estos dan cuenta del desempeño de un neurocirujano, expuesto tanto a los logros como a los avatares que sobrevienen a quien ejerce el arte difícil de la medicina.

Pero lo valioso de este libro, es la forma como su autor entreteje lo relacionado con su diagnóstico, encuentro con sus pacientes, rondas médicas, intervenciones quirúrgicas, desenlaces inesperados, reuniones con los internos en práctica; accidentes que culminan en un deceso o en ocasionar una parálisis, una limitación de por vida; avatares conducentes a litigios jurídicos cuyos costos morales y económicos tienen que ser asumidos por el galeno, pese a haber advertido con anticipación los riesgos que conlleva cualquier intervención médica. Es lo que hace que en una situación de apuro o de requerimiento legal, el doctor Marsh exclame en tono desesperado:

         Tengo la sensación de estar a punto de caer a un mundo aterrador, donde los papeles habituales se han invertido. Un mundo en el que no  poder alguno y en el que estoy a merced de pacientes guiados por abogados engolados e invulnerables, que, para mi mayor confusión, visten los mismos trajes respetables que uso yo y hablan con el mismo convencimiento. Tengo la impresión de haber perdido totalmente la credibilidad y la autoridad que llevo como una armadura cuando hago la ronda por las salas o cuando abro la cabeza de un paciente en el quirófano. (p. 199)

 Estos son, entre otros, algunos de los acontecimientos médicos, clínicos, legales y cotidianos que toman cuerpo en el relato, que cuentan sobre la dificultad de ejercer la neurocirugía y la enorme importancia de “la suerte” en dicho ejercicio. “Y luego está la suerte, tanto la buena como la mala; a medida que adquiero más y más experiencia, me doy cuenta de que la suerte es cada vez más importante” (p. 14), reitera el profesional, quien además de hurgar en el cerebro, esculca en el lenguaje; busca en las palabras la hebra propicia para contar sus experiencias, sus miedos, sus errores o los de otros neurocirujanos: “[…], solemos observar los escáneres cerebrales que muestran tumores pineales con una mezcla de temor y emoción, como si fuéramos montañeros que contemplan un gran pico que esperamos poder escalar” (p. 15).

Así, se dedica a ascender en cuanto se dispone a relatar los casos —no todos afortunados— que ha atendido durante su carrera y a la hora de su retiro, decisión que le permite llevar a la palabra escrita testimonios de su hacer médico ejercido durante más de dos décadas; práctica que le permite celebrar sus logros y reconocer los errores de los que no está a salvo ningún galeno. Así, en Ante todo, no hagas daño, “el doctor Marsh revisa su vocación de una forma íntima, compasiva y a ratos, aterradora”. Como se lee en la contrasolapa del libro.

Pero hay algo que no se puede soslayar en este comentario. El libro, además de conducir al lector por el mundo detallado y azaroso de las afecciones y tratamientos neurológicos, hace una valoración interesante de la experiencia, hasta el punto de llevar al lector —como en mi caso— a evocar a Montaigne, quien en su meditación sobre dicha voz, la asocia con la preocupación por la salud e invoca el llamado estoico a vivir conforme con la naturaleza: “La experiencia está propiamente en su medio en el caso de la medicina, en el que la razón le cede todo el sitio” (1994, p. 354).

Sí, la experiencia y su valor son bien encarnados en el libro Ante todo, no hagas daño, cuando su autor confiesa: “tras veinticinco años de carrera, me gustaría creer que me he convertido en un neurocirujano relativamente experto, pero ha sido un camino muy largo, lento y sembrado de situaciones imprevistas, aunque ninguna tan espantosa como la de aquella primera intervención” (Marsh, 2016, p. 268).

Referencias
Montaigne, M. (1994), “De la experiencia”, Ensayos III, Barcelona: Altaya.

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Nota

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