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Opinión

Responsabilidad moral con los emigrantes

06/11/2018
Por: Andrés Restrepo Gil, Egresado Instituto de Filosofía UdeA

"...Más allá de las posturas absurdas que proponen ciertos gobernantes, como construir un muro de más de 3.000 kilómetros, resulta importante pensar cuál es nuestro papel, como ciudadanos, a la hora de recibir inmigrantes..."

Hace poco más de 10 años, Sudáfrica vivía una ola de levantamientos contra los extranjeros que vivían en las principales ciudades del país, lo que dejó un saldo de aproximadamente 60 personas muertas, 25.000 desplazados y un centenar de heridos. Los responsables serían una minoría de ciudadanos sudafricanos, cansados del desempleo, la criminalidad, y alentados además por comentarios y opiniones xenófobas de algunos de sus gobernantes.

Hace dos meses, y de manera muy similar, inmigrantes venezolanos en Brasil tuvieron que devolverse a su país porque algunos habitantes de la localidad fronteriza de Pacaraima quemaron las tiendas de campaña donde aquellos pasaban la noche. La inconformidad de los brasileños con los extranjeros fue provocada por la denuncia de un comerciante brasileño al ser asaltado por supuestos ciudadanos venezolanos. Los actos violentos obligaron a por lo menos 1.200 ciudadanos venezolanos a cruzar de nuevo la frontera. Afortunadamente no hubo muertos ni heridos.

Por su parte, algunos ciudadanos americanos se han unido para resguardar la frontera entre Estados Unidos y México. La intención, según ellos, es acompañar a las fuerzas militares fronterizas y contribuir al arresto de inmigrantes indocumentados; para esto se dotan de armas de fuego, uniformes camuflados y todo tipo de tecnología para atrapar, detener y entregar los inmigrantes a las autoridades estatales. La seguridad de la sagrada frontera es para algunos americanos un problema que le compete solucionar no sólo a las autoridades federales, sino también a los civiles nacionalistas. Este tipo de voluntariado ha dejado víctimas mortales; el caso más conocido fue perpetrado por Shawna Forde quien fue condenada a muerte por asesinar un inmigrante y a su hija.

Pero Estados Unidos no es el único país en el que voluntarios armados resguardan las fronteras de extranjeros indocumentados. Algo similar ocurre en Bulgaria, donde ciudadanos nacionalistas juegan a hacer la guerra contra los inmigrantes, devolviendo ciudadanos turcos a sus tierras. Y estos son apenas algunos ejemplos que muestran cuan crueles podemos llegar a ser nosotros, los ciudadanos de a pie, con los inmigrantes.

Más allá de las posturas absurdas que proponen ciertos gobernantes, como construir un muro de más de 3.000 kilómetros, resulta importante pensar cuál es nuestro papel, como ciudadanos, a la hora de recibir inmigrantes. En tiempos de migración es fundamental pensar si acaso, como ciudadanos, tenemos una responsabilidad con ellos, con los inmigrantes. En otras palabras, bajo una coyuntura crítica de migración, tiene sentido preguntar si acaso los inmigrantes merecen reconocimiento y en virtud de qué lo merecen.

Judith Butler sostiene que el reconocimiento es un asunto que discrimina entre ellos y nosotros. Sólo aquellos conciudadanos que hagan parte de la comunidad a la que yo también hago parte merecen mi responsabilidad, es decir, solo somos responsables por aquellos que hacen parte del gran “nosotros”. En muchos casos este “nosotros” puede estar determinado por una lengua, una cultura, un territorio o, tristemente, una nación. Según ciertos modos de reconocimientos, sólo soy responsable con aquellos que hablen tal o cual lengua, con aquellos que vivan según ciertas costumbres y de acuerdo a ciertas creencias, con aquellos que nacieron aquí y no allá. En otras palabras, sólo reconozco a aquellos que hablen mi idioma, que vivan como yo y que tengan el mismo escudo en el pasaporte.

Para Butler, el problema no radica en que no reconozca al otro como un ciudadano de tal o cual nación, o en que merece mi responsabilidad con aquellos hombres que hablen determinado idioma o tenga determinado estilo de vida; el problema para Butler es que, en este caso, no reconocemos en el inmigrante su condición de vulnerabilidad, y que esto me hace responsable de los otros independientemente de su nacionalidad, idioma, apariencia, género y cultura. En este sentido, dice Butler que:

La razón por la que no soy libre de destruir a otro —y por la que las naciones no son, en definitiva, libres de destruirse unas a otras— no es sólo porque ello acarrearía ulteriores consecuencias destructivas. Esto es, sin duda, completamente cierto. Pero, finalmente, puede ser más cierto que el sujeto que yo soy está ligado al sujeto que no soy, que cada uno de nosotros tiene el poder de destruir y de ser destruido y que todos estamos ligados los unos a los otros por este poder y esta precariedad. En este sentido, todos somos unas vidas precarias.

No son los escudos ni las banderas los que hacen que los sujetos estén ligados unos a otros, es la capacidad para causar dolor o la posibilidad para recibir daño lo que nos une realmente. Y la imposibilidad de dimensionar cuán grande es la comunidad de la que todos somos parte, es quizás la causa de los actos de violencia contra los inmigrantes. Tengo la sospecha de que los actos violentos que he expuesto al principio del artículo tienen como sustento la ausencia de un reconocimiento real, es decir, la violencia contra los extranjeros está alimentada por la idea de que ellos no son “nosotros”: no son americanos, no son brasileños, no son búlgaros, no son colombianos, no son sudafricanos…

En tiempos difíciles para un país vecino es una obligación esclarecer qué es lo que realmente nos une a ellos, para no caer en el trágico error de ver solamente en los inmigrantes venezolanos a simples ciudadanos de otro país, con otra bandera, de otra comunidad. Por el contrario, debemos reconocer en ellos esa condición que nos une a todos y nos obliga moralmente a ser responsables unos de otros, a saber, la precariedad general con la cual estamos condicionados cada uno de nosotros, sin distinción de lengua, cultura o nacionalidad.

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Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

 

 

 

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