Opinión

Populistas de derecha en Colombia reclaman tener el pedestal que les corresponde en la historia del pensamiento político al afirmar que el “Estado de opinión” es la expresión superior del “Estado de derecho”.

En la celebración de sus 90 años, Jürgen Habermas, uno de los más importantes teóricos contemporáneos de la democracia, se habría estremecido de haber sabido que en las selváticas y alejadas montañas de Antioquia, está naciendo un nuevo concepto de democracia que ni Rousseau, ni Kant, ni Rawls, se alcanzaron a imaginar.

Su gran aporte, por el que merecen el premio Nobel de la democracia (que será creado para esta ocasión), consiste en decir que para organizar democráticamente a la sociedad debe existir, como en la Grecia de Pericles, un orden en el que la comunidad de los ciudadanos pueda anunciar su absoluta soberanía y ejercer el dominio en virtud de sus propias leyes.

Para lograr esto, dicen nuestros populistas, es necesario reducir las instancias representativas, las cortes y, así mediante la democracia directa y digital, a través de referendos y plebiscitos, llevar la política al verdadero pueblo.

No es realmente un cambio positivo, ir del “Estado de derecho” hacia el “Estado de opinión”. Es más bien un retroceso, como se puede apreciar en las pretensiones racistas y excluyentes de los nuevos nacionalismos y autoritarismos en Europa Oriental y Venezuela.

Es extraño que en una sociedad violenta, con débiles instituciones democráticas, en la que predomina la fuerza de las pistolas por encima de la fuerza de las razones, pueda emerger un estadio superior de algo. Es un chiste cínico en medio de las matanzas de líderes sociales y exguerrilleros de las Farc.

De las revoluciones de la época de la ilustración emergió la democracia representativa que pretendía conducir a los hombres a las instituciones libres, dijo Tocqueville. Hay que saber entonces qué queremos entender por democracia si vamos a tratar las tradiciones políticas con el respeto que merecen. La autodeterminación democrática significa que nadie debe someterse a un orden de normas e instituciones a las cuales como ciudadano no haya podido dar sus razones justificativas.

En una democracia los ciudadanos son los únicos que están sometidos a las leyes que ellos mismos se han dado según los procedimientos democráticos. Esos procesos, dice Habermas, deben su poder legitimador a la inclusión de todos los ciudadanos en los procesos políticos de decisión y en la articulación de las decisiones de las mayorías con la formación deliberativa de la opinión (2011, 50).

Esta reflexión implica que la reivindicación de la democracia no es normativamente independiente. Limitar los derechos democráticos es una injusticia política, y una democracia, como la “de opinión”, que no asegura la justicia y los derechos individuales, no merece tener el nombre de democracia.

Según el orden de estos conceptos, un gobierno elegido democráticamente, que se proponga cambiar los presupuestos institucionales de la democracia, para mantenerse así en el poder, debe ser criticado como ilegítimo, porque viola los imperativos de la justicia y del aseguramiento de la libertad.

Este texto fue publicado en el periódico El Colombiano el martes 2 de julio de 2019

Nota

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