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Academia

La reconciliación se define en lo colectivo: Daniel Pécaut

09/03/2020
Por: Equipo periodístico- Proyecto Hacemos Memoria Universidad de Antioquia

Daniel Pécaut es uno de los académicos que más conoce sobre la historia política colombiana y las transformaciones del conflicto armado. Su mirada de la Colombia del posconflicto, esboza un análisis profundo de los retos que tiene hoy el país.

Pécaut fue uno de los expertos que participó en la redacción del Informe de la Comisión Histórica del Conflicto Armado y sus Víctimas en Colombia, en el marco de los diálogos entre el Estado y las Farc en La Habana. Es también autor de libros como Violencia Política. Ensayos sobre el conflicto colombiano y Crónica de cuatro décadas de política colombiana. Foto: proyecto Hacemos Memoria.

Para Daniel Pécaut, un problema del acuerdo de paz es que se firmó en un país que no tiene conciencia de nación: «Es un país que nunca ha tenido ideologías, métodos, visiones de progreso». A sus 84 años, el sociólogo francés insiste también en la necesidad de analizar la abstención como un síntoma más grave que el triunfo del «no», considerar el miedo como un factor decisivo en el fracaso del acuerdo y de esbozar narrativas así sean provisionales.

Estas ideas las planteó en una entrevista que concedió a Hacemos Memoria al término de su intervención en el II Simposio Internacional: Memoria y Construcción de Paz en Colombia, que se realizó en la Universidad Johann Wolfgang Goethe de Frankfurt, Alemania, el pasado mes de noviembre.

En el país se ha discutido mucho sobre los orígenes del conflicto armado: algunos lo ubican en la violencia bipartidista. ¿Piensa que esa violencia de los años cincuenta tuvo continuidad en el conflicto actual?

Hay algo de continuidad. Es decir, es cierta la historia de las Farc, de las organizaciones campesinas, pero es una continuidad muy reducida. Las guerrillas de los años sesenta: las Farc, el ELN, el EPL, fracasaron. Y fracasaron, entre otras razones, porque no tuvieron mucho apoyo. Cuando el ELN llegó a Simacota la población les preguntaba: «Pero ¿ustedes son liberales o conservadores?». Eso, sin hablar de la derrota militar en 1973.

Las Farc no tenían un proyecto militar, porque realmente lo que al partido le interesaba era tener a concejales en los municipios y todo el tiempo lo dedicaban a esa lucha partidista. Entre los años 1960 y 1975, las Farc hacían en promedio una emboscada al año.

Con el narcotráfico se dio un corte, la guerrilla cambió, es decir, fue el momento en que las Farc decidieron que sí podían tener un plan estratégico: Jacobo Arenas, en 1982, pensó en tomarse el poder en ocho años. El ELN, por su parte, renació de sus cenizas gracias a la plata del petróleo, es decir, se fue creando una coyuntura totalmente nueva.

Cuando Virgilio Barco llegó al poder —en 1986— se vio cómo se habían debilitado mucho las instituciones. Y fue creciendo la corrupción en todo el sistema, surgieron todas esas redes políticas locales, a veces aliadas con los paramilitares gracias al narcotráfico. En eso sí hay un cambio sumamente fuerte: las violencias —de los años cincuenta— terminaron con dos partidos que tenían presencia en todos los municipios, en el campo; pero luego, el conflicto político avanzó con los partidos en crisis, la constituyente de 1991, los esfuerzos financieros de los actores armados y la corrupción, que llevaron a la división de todo el sistema.

Usted decía que el conflicto había fortalecido a las élites…

Lo dije para La Violencia de los años 50; es obvio, es que salieron triunfantes, imponiendo sus maneras, y con esa visión tan jerarquizada, el desprecio hacia esas masas que se habían matado entre sí, la barbarie. El problema es que muchos se beneficiaron de ese conflicto. El crecimiento de Colombia se mantuvo, en comparación con otros países, es decir que muchos sectores no padecieron. En las élites figuraron muchos que realmente salieron de la nada, que hicieron su poder económico y político en los últimos treinta años. Por eso digo, es una mezcla, las élites manejaron a los que tienen más influencia política y económica, volviéndose mucho más diversas que antes.

De esto último, ¿piensa usted que los asesinatos de líderes sociales están relacionados con el favorecimiento de ciertos proyectos en algunas zonas del país?

Yo, hasta el momento, no creo que haya una cosa tan coordinada. Hay un montón de actores metidos en eso: los que asesinan a los líderes locales que están en sustitución de cultivos, los que están en contra de la restitución de tierras, los que están a favor de la autonomía para las comunidades, el ELN que está más metido que nunca en el narcotráfico. Hay una multiplicidad de personas interesadas en acabar con los líderes sociales. Y esa fue una experiencia que vivió Colombia durante todos los años del conflicto armado: acabar con los líderes sociales.

El asesinato de líderes se incrementó tras la firma del Acuerdo de Paz que, creímos, iba a ser un articulador de los intereses de la nación, pero no fue así. ¿Por qué?

Yo también lo esperaba. El problema es que Colombia nunca ha tenido una visión de nación, no sabe que existe como nación, no ha tenido las pruebas que hacen, que ayudan a fortalecer el sentido de nación, no ha tenido guerras con otros países; los militares no han tenido el papel fundador que tuvieron en los años 30 en muchos países de América Latina. Colombia es civilista, más civilista de lo que se dice. Pero también es un país que nunca ha tenido ideologías, métodos, visiones de progreso. Por eso, cuando se logró el acuerdo de La Habana, que me parece un éxito increíble, se descubrió que no había capacidad para tener una movilización en términos de nación. Y creo que lo más sintomático no fue que el «no» hubiera ganado —en la votación del plebiscito—, sino que la participación fuera del 30 por ciento, es decir, la gente no votó.

En las dos circunstancias en las cuales se decidieron cosas fundamentales para Colombia, para pensar el país: la Constituyente del 91 y los acuerdos de La Habana, la abstención fue la misma. Eso plantea muchos problemas.

También dijo que las marchas están uniendo intereses de muchos sectores, pero luego se van a fragmentar, la polarización va a volver.

Yo no alcanzo a creer en ese surgimiento, de un momento a otro, de un pueblo unido alrededor de la misma idea, combatiendo. No. Yo creo que cada uno tiene sus reclamos y que los motivos de protesta son muchos. Mi diagnóstico, hasta hace poco, era que la razón por la cual muchos sectores criticaban el acuerdo era el miedo a los cambios, a los movimientos sociales, a que las Farc, las ex Farc se metieran en los movimientos sociales, en la instalación de los movimientos indígenas, etc. Me sorprendería que los factores de miedo hubieran desaparecido por negarlo. Estamos viviendo un momento muy excepcional; pero la famosa polarización política de la cual se hablaba hace unos meses, no veo por qué hubiera desaparecido.

¿Cuál es esa narrativa que necesitamos hoy y que usted dice que le falta al conflicto armado?

La violencia no es la narrativa, por eso la violencia se quedó como un trauma. En el momento es fundamental esbozar algunas narrativas. Esa es la tarea de la Comisión de la Verdad. Es muy difícil hacer la narrativa, es decir, solo pueden ser provisionales. Sabemos que dentro de cincuenta años se van a producir otras narrativas con un poco más de conocimiento.

Para referirme a la experiencia mía, me tocó escribir un informe para la comisión de La Habana y decir lo que pensaba sobre el Frente Nacional, sobre el fracaso de las guerrillas en los años sesenta y setenta, sobre la violencia y la cuestión armada. Era una cosa muy mal recibida y lo decía de manera muy cautelosa. Sin hablar del papel del narcotráfico en el conflicto armado, tema que hasta el momento rechazó la izquierda. No hay que olvidar que la izquierda no empezó a hablar de los secuestros sino a partir del año 2008, antes había silencio y a quien hablaba de la práctica del secuestro lo tildaban de derechista.

Ahora se empieza a liberar la palabra sobre las atrocidades de las Farc, pero es algo nuevo, entonces todavía estamos en diez casos: Bojayá, los diputados del Valle, etc. No es nada en comparación con lo que fue. Es decir, hablar que en el Caquetá las matanzas del personal político liberal fueron tan importantes como la matanza de la UP sería extraordinario.

Yo me temo mucho que se busque la reconciliación rápida, que todos se den la mano, paramilitares y guerrilleros. Creo que con eso no se alcanza realmente a reconstruir; sabiendo que es un proceso muy largo, que se define a través de condiciones colectivas, es decir, hay que tener proyectos para el Cauca, para Nariño.

El Gobierno tiene que, con apoyo de la comunidad internacional, privilegiar algunos proyectos con apoyo de todos los que quieren meterse, por supuesto los exguerrilleros, todos, y las disidencias, si aceptan meterse.

¿Y el relato de la desmovilización de los paramilitares? Ese relato se está haciendo desde 2005, ¿usted cómo ha visto lo que se publica, lo que está en las audiencias?

A pesar de que hicieron cosas monstruosas y todavía más numerosas que las de la guerrilla, eso de que hubieran hablado con esta Ley de Justicia y Paz hizo que la gente se olvidara de lo que hicieron. En el momento la gente critica a las guerrillas y se le olvida lo que hicieron los paramilitares. Yo creo que contribuye mucho el hecho de que piensen que los paramilitares confesaron o aceptaron, o fueron extraditados y ya pagaron sus diez o quince años de cárcel, que no hubo tanta impunidad como dicen que hay en relación con las Farc, lo que es muy discutible. Yo estoy a favor del acuerdo de La Habana y por eso acepto que a la JEP le convenga condenar a penas de ocho años a los criminales de las Farc.

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