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Opinión

Tailandia, Camboya, Vietnam: La paz en los arrozales

14/08/2018
Por: Carlos Arturo Fernández Uribe, profesor Facultad de Artes UdeA

"...la paz en los arrozales del Sudeste asiático abrió la posibilidad de conocer de cerca una de las regiones más ricas del mundo en patrimonio arqueológico, artístico y cultural, en tradiciones ancestrales que las etnias minoritarias conservan con orgullo..."

Para quienes nacimos a mediados del siglo pasado, el Sudeste asiático significó una de las mayores tragedias de la historia humana: la encarnación misma de “los desastres de la guerra”, si se me permite robar las palabras de Goya.

A lo largo de los años sesenta y setenta pensábamos que esa región estaba condenada a guerras eternas, que volvían a encenderse cada vez que parecían estar llegando a su final. En efecto, era “el fin del mundo”, el apocalipsis vivido en presente, como en la famosa película de Francis Ford Coppola.

Las cifras son alucinantes; mientras que todos los países aliados en la II Guerra Mundial descargaron unos 2 millones de toneladas de bombas sobre Europa, Norte de África y Asia, incluidas las dos bombas atómicas sobre Japón, en el curso de la Guerra de Vietnam, Estados Unidos descargó 7.800.000 toneladas sobre Vietnam (un territorio que apenas alcanza a ser un 30% del colombiano) y 2.750.000 toneladas sobre Camboya (con la mitad de la extensión de su vecino).

En otras palabras, solo el bando americano lanzó cinco veces más bombas que todos los aliados en la Guerra Mundial. Sobra recordar que semejante destrucción condujo solo a la derrota de todas las ideologías, pues el ejército americano acabó siendo expulsado de Vietnam, mientras Camboya caía en manos del terror de los jémeres rojos.

Pero, a lo largo de las últimas décadas, la situación ha cambiado radicalmente y, por fin, la paz se ha instalado en el verdor increíble de los arrozales del Sudeste Asiático. El recuerdo de la guerra es muchas veces doloroso; pero lo más impresionante es el buen humor, la amabilidad y cortesía hacia los visitantes, el escaso interés por remover los odios del pasado, y el gusto por defender y enseñar su patrimonio histórico, cultural y artístico.

Angkor Wat, Siem Reap, Camboya. Fotografías cortesía Carlos Arturo Fernández Uribe

Camboya está tan orgullosa de los templos de Angkor que los ha puesto en el centro de su bandera. Y no es para menos. Las gigantescas construcciones en piedra que visitamos albergan los más extensos templos de la historia de la humanidad. El complejo parece inagotable, con múltiples edificios en piedra, en arenisca y en ladrillo, que se prolongan en el paisaje y se separan del espacio circundante gracias a amplios lagos geométricos que hacen parecer como de juguete a los fosos de los castillos medievales.

Vietnam es un descubrimiento inolvidable. Ciudades que han recuperado lo mejor de su patrimonio, como en el caso de Hue con su Ciudad Púrpura Prohibida, que era el antiguo palacio imperial o los desconcertantes mausoleos de la dinastía Nguyen. La deliciosa aldea de Hoi An, la cosmopolita Ciudad Ho Chi Minh (antigua Saigón) y Hanói, capital del país, ofrecen cada una a su modo la riqueza de las tradiciones y la vitalidad del presente.

Es muy significativo que el templo más importante del país sea, en realidad, su primera Universidad: el Templo de la Literatura, dedicado a Confucio, que honra a los grandes profesores de la historia y conserva el testimonio en estelas de piedra de cada uno de los doctores que allí se graduaban. Pero, adicionalmente, los paisajes vietnamitas son asombrosos. Como la región de Sapa, en las montañas fronterizas con China, con su riqueza étnica (que aparece representada en el Museo de Etnología de Hanói) y sus fascinantes terrazas para el cultivo del arroz.

Pero, sobre todo, la Bahía de Ha-Long, considerada como una de las siete maravillas naturales del mundo. Y la lista podría continuar, sin que dejemos en el olvido las delicias de la cocina vietnamita.

Bahía de Ha Long, Vietnam. 

Tailandia es, en realidad, un caso aparte: es el único país del Sudeste Asiático que nunca fue colonizado por una potencia extranjera. Por eso, orgulloso de su historia, el antiguo Reino de Siam asumió en la primera mitad del siglo XX el nombre actual que significa “la tierra de los hombres libres”. Por supuesto, aunque no participó en las guerras de Indochina, tampoco puede desconocerse que la Guerra Fría significó para Tailandia una gran inestabilidad política que hasta el presente se manifiesta en una larga serie de golpes militares. Tras un vertiginoso crecimiento económico en los años 80 y 90 y una fuerte crisis en el cambio de siglo, Tailandia quiere reconciliar hoy tradición y modernidad.

El mejor ejemplo es Bangkok, una gigantesca metrópolis que acoge nuevas e impactantes arquitecturas junto a los espléndidos edificios del palacio real y de los templos budistas más famosos de la región. En las cercanías de la capital se conservan viejas tradiciones como las que representan los mercados flotantes que utilizan las extensas redes de canales, aunque hoy esas antiguas formas comerciales se han visto casi ahogadas por las inundaciones de turistas ansiosos de escenas pintorescas. El mosaico se completa con las ruinas espectaculares de Ayutthaya que durante cuatro siglos fue la capital del Reino de Siam, hasta su destrucción por los birmanos en el siglo XVIII.

En definitiva, la paz en los arrozales del Sudeste Asiático abrió la posibilidad de conocer de cerca una de las regiones más ricas del mundo en patrimonio arqueológico, artístico y cultural, en tradiciones ancestrales que las etnias minoritarias conservan con orgullo, en sabores de una culinaria refinada, en paisajes inverosímiles. Ante tantas maravillas resulta casi imposible recordar los desastres de la guerra.

Ayyuthaya, Tailandia

En el siguiente enlace puede encontrar información acerca del proyecto de viajes culturales de la Facultad de Artes

Nota: Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos.  Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

 


 

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