Opinión

Hay una serie imperdible en Netflix que trata sobre toda suerte de perdedores en el deporte. Se titula precisamente, Losers, y da cuenta de aquellos apestados que, al parecer, vivirán por siempre condenados en la más olvidada sombra. El segundo capítulo es de antología. Cuenta la historia de un equipo de fútbol inglés, el Torquay, tan malo que sus mismos hinchas nunca esperaban lo mejor, sino que más bien anhelaban que nunca se presentara lo peor.

Hasta que ese día, el peor de todos, se estaba acercando: el equipo había de luchar, en el último partido de la temporada, por no ser los últimos de la última de todas las ligas y, de esa manera, no desaparecer en el limbo. Había preocupación en el pueblo, casi hasta niveles de histeria colectiva, y que llevaba a todo el mundo a preguntarse en los bares:

-Y si no hay futbol los sábados, ¿qué haremos en adelante con nuestras vidas?  Finalmente ese último partido llegó: el drama y el melodrama estuvieron asegurados. Incluso, con un perro que salió como figura y celebridad de aquel evento. Con eso lo digo todo, para que así se animen a ver el capítulo titulado “La victoria en los colmillos”. Por otro lado, al escuchar a sus hinchas, se da cuenta uno al instante de que están hechos de un material especial y resistente.

Con una cierta sabiduría y sentido común permeando siempre todas sus palabras. Y ello me hace recordar ahora lo más sensato que le he escuchado a un colega. Pontificó él, en mitad de una oficina, con voz fuerte y segura, y aquí reformulo sus palabras:

-Los hinchas de cierto equipo ganador saben de fútbol. Los hinchas de mi equipo perdedor sabemos de la vida. Y es que en esta sociedad, fruto del capitalismo, pareciera que solo importan los ganadores; una sociedad donde nunca se permite perder. Como si se alentara también la producción en masa de niños narcisistas, que nunca saben, ni quieren saber, de cosas incómodas como la muerte, la vejez, el sufrimiento o la inevitable pérdida. Incluso, que todas esas molestias se pueden evitar con el suficiente poder adquisitivo, que asegure debidamente toda suerte de cremas, cirugías estéticas, gimnasios y pastillas para la felicidad. Ah, y que todo ello sea rápido, por favor. Así que nada de terapias que duren años, ni siquiera meses, ni siquiera semanas. Porque se exige la felicidad completa, ¡y se exige ya!

Por todo lo anterior, es que resulta siempre más interesante y poética la figura del perdedor. Como la de Marcelo Bielsa, el más reciente ejemplo, y ya que hemos empezado hablando de fútbol. Este director se ha reconocido por perder casi todas las finales y por tener equipos de ensueño, pero que lo han perdido todo en el último segundo. Eso sí, diversas generaciones de jugadores lo acreditan como el más serio, el más trabajador, el más ético y el que más huella ha dejado en ellos.

Pero es que el mantra de Bielsa siempre ha sido el mismo: antes que ganar a como dé lugar, primero está la integridad ética. Y una de las últimas manifestaciones de ello, fue la orden que le dio a su equipo, el Leeds, de dejarse hacer un gol del equipo rival, el Aston Villa, para que así pudieran empatar 1-1. Todo ello porque el primer gol de su equipo, había sido logrado mientras un jugador del Aston Villa yacía en la grama. Y todo esto no sin pocas consecuencias para Bielsa y su equipo: de haber ganado el partido, habrían pasado directamente a la Premier League, así que ahora tendrán que jugar unos partidos adicionales. Pero ello es preferible a una victoria no merecida; así, con seguridad, habrá pensado el íntegro de Bielsa.

Total que hay personas a las que no les vendría nada mal una cierta dosis de fracaso bien aceptado, a ver si así algún día maduran. Incluso aquellos ya mayores, y que siempre lucen un eterno ceño fruncido en sus caras, aunque sus patéticas pataletas siempre delatan su infantilismo. Como las de cierto infatigable y fatigante ex presidente que anda por ahí –¡aún!– en los pasillos del Congreso colombiano: cuando gana, todo ello se debe a sus dotes de estadista. Cuando pierde, todo se debe a un claro y evidente fraude. Pero claro y evidente más bien en sus delirios.

Porque en últimas, saber ganar debe requerir de mucha habilidad. Pero, saber perder, tal vez requiere de algo más: de una hermosa y simple palabra de dos sílabas: virtud.

Nota

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