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Amargados

06/02/2020
Por: Eufrasio Guzmán Mesa, profesor Instituto de Filosofía UdeA

« ...El amargado tiene un problema descomunal con la culpa, se siente culpable de ser, de hacer, de soñar y se siente culpable de vivir...»

Casi todos en algún momento hemos estado así, a disgusto con la situación, con las personas o con nosotros mismos. Pero en algunas personas se convierte en un hábito, una especie de  berrinche mental que se vuelve también postura física, actitud corporal. 

Como los seres humanos siempre estamos buscando el placer y el bienestar no dejan de ser frecuentes las frustraciones que sencillamente nos amargan el rato y esto debería ser normal, pero a algunas personas se les convierte en un hábito permanente, nada les gusta, nada les parece bien, nada le satisface; en cualquier circunstancia se están reclamando o también lo hacen visible con sus actitudes de descontento frente a los demás.

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No hay que confundir al amargado con el perfeccionista, es clara la diferencia y cuando tenemos el hábito de indisponernos lo podemos convertir en una costumbre. Siempre vamos a tener motivos para estarlo y esas personas se convierten entonces en lo que identificamos como amargados. 

El amargado es difícil de complacer, ni siquiera la realización de sus propios planes lo satisface; cuando está en compañía, a pesar de que se haga lo que el planeó, nunca finalmente está satisfecho y así sucede de manera constante hasta que eso se vuelve una conducta permanente y se convierte en un hábito mental que más que un hábito es un vicio.

El amargado tiene una base también en la envidia, los éxitos de los demás lo mortifican, su insatisfacción se genera por la diferencia que hay entre lo que fueron sus sueños juveniles y lo que son sus realizaciones como persona adulta; tenemos que hacer un esfuerzo quienes estamos a su lado para comprender tal predisposición viciosa que llegamos a asimilar alguna clase de enfermedad mental, neurosis dirían algunos, pero otros sabemos que a esa situación se llega por una predisposición del alma y se le impone al cuerpo llenándolo de frustraciones, rodeándolo de presiones que provienen de los productos mentales.

Lo que afirmo es que la infelicidad es un mal hábito mental, la mejor ilustración de lo que digo puedo es observar mirando alrededor: ubícalo, es un ser lleno de alternativas, bienes, posición social, atributos físicos, pero nada de eso lo complace, por el contrario, todo la amarga y cualquier accidente, cualquier vicisitud es un motivo para inculpar, para salir diciendo “vieron, yo se los dije”.

Siempre tiene una respuesta frente al fracaso o la derrota que pasa por la culpabilización de los demás y por la propia inculpación para no reconocer que es una incapacidad humana en el ser feliz.

Yo diría que los seres humanos estamos por naturaleza preparados para ser felices, ajustarnos a nuestro entorno, satisfacernos con lo que está a la mano; la capacidad adaptativa de la especie humana es asombrosa y podemos vivir en los polos, en los desiertos ardientes, en las más altas montañas o en medio de aguas escabrosas y la mayor parte de las personas, de las comunidades y de las sociedades se adaptan, pero otros individuos hacen gala de su pobre capacidad adaptativa y le atribuyen a los demás la culpa. 

El amargado tiene un problema descomunal con la culpa, se siente culpable de ser, de hacer, de soñar y se siente culpable de vivir.

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Este texto fue publicado en el periódico El Mundo el jueves 6 de febrero de 2020


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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