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Opinión

Todos somos auditorio

15/05/2019
Por: Judith Nieto López, profesora Escuela de Microbiología UdeA

« ... «Sobre los que enseñan y los que aprenden» es una lectura oportuna para estos tiempos en los que la ignorancia, abono del ensimismamiento, da por verdaderas las más grandes mentiras, mientras las verdades son socavadas por el peso de la sospecha que recae en quien las defiende ....»

En Laherencia de Europa, libro de ensayos del filósofo alemán Hans-Georg Gadamer, leí un capítulo titulado «Sobre los que enseñan y los que aprenden», en el que el mencionado pensador hace manifiesta su gratitud, en especial, a dos de sus maestros: Karl Jaspers y Martin Heidegger, de quienes Gadamer reconoce su capacidad para ejercer el magisterio, en particular por su exigencia al impartir sus lecciones, y por el llamado explícito a sus discípulos a mantenerse en actitud de aprendizaje —como debe ser—.

Una actitud que hace posible reconocerse en falta frente al saber y, desde este lugar, asumir la urgencia de conocer por el que siempre estamos asistidos, pues en la ignorancia permanecemos, como lo enseña aquella sentencia socrática.

Además de las lecciones recibidas de estos dos grandes pensadores que mantuvieron su espíritu de cara a la filosofía y al magisterio, Gadamer agradece de sus mentores la oportunidad que le concedieron para un día independizarse de sus lecciones, y hacer así posible que sus meditaciones tuvieran luz propia y se iniciara en su propia vocación de maestro.

Una vocación cultivada por sus antecesores, pero ya a partir de su deseo y con el afán personal de poder comunicar un saber en cuya construcción y fomento los mismos tutores fueron figuras decisivas. Ese inquisitivo alumno se convirtió entonces en orientador definitivo en culturas y geografías lejanas, justamente gracias a que, en tanto hizo parte del auditorio frente al que estuvieron Jaspers y Heidegger, supo aprehender y conservar de ellos un legado invaluable: el don del extrañamiento.

La manifestación de agradecimiento a sus maestros hecha por el pensador de Marburg en las breves páginas que desde el título otorgan un lugar privilegiado a maestros y estudiantes, a los que enseñan y a los que aprenden, invita a su lectura y a las relecturas que sean posibles, pues la totalidad de su contenido conmueve de tal manera al lector que, además de sensibilizarlo a volver con sus ojos —y, esta vez, lápiz en mano— sobre las páginas ya leídas, lo lleva a constatar el efecto del decir, de la escucha y del legado del pensador y maestro que vio en sus discípulos el motivo para mantenerse en el ejercicio espiritual que es el magisterio.

Si en algo es magistral el texto que motiva estas líneas, es en el llamado de atención sobre el acto de escuchar. Saber escuchar, la disposición a la escucha, es la enorme invitación de Gadamer, quien también se dispuso a agradecer a sus formadores y a aprovechar dicho gesto para recordar que la educación, acto donde el decir se vigoriza, debe ser razón de encuentro y acontecimiento para propiciar la atenta escucha de la palabra portadora del pensamiento del otro, tanto la de quien ha optado por el «imposible» de educar, como la de quien asiste ávido, del otro lado del auditorio, en ese proceso. Lo expresado por Gadamer, adrede de la escucha en el ámbito educativo, merece destacarse en esta puntual reflexión a propósito de los maestros:

Así, en la conferencia que hoy ha pronunciado mi amigo Wlhelm Anz se me ha quedado grabada una conocida palabra que aún no había oído en este contexto. Por otra parte, solo la ha mencionado de paso. La palabra es: auditorio. Aquí no significa una reunión de estudiantes —como pertenece, sin duda, a mis ojos al aprendizaje del pensamiento—, sino que se refiere a todos nosotros. Todos somos auditorio, debemos aprender a escuchar, en uno u otro camino, a luchar siempre contra el ensimismamiento y eliminar el egoísmo y el afán de imposición de todo impulso intelectual. (Gadamer, 1990: 145-146) (Bastardillas de la autora).

Estas líneas, que sirven al autor para detenerse en la voz auditorio, confirman el valor de la escucha que subyace a la misión educativa, y que, en esencia, el estudiante obtiene reconocimiento y aprende a reconocer en tanto se sabe escuchado. «Todos somos auditorio» y, como integrantes de este, el llamado no es otro que el de disponer la escucha para la palabra destinada al maestro, integrante esencial del auditorio que es el salón de clases.

Así, una educación que privilegia la escucha, que forma para este fin, augura la formación del juicio y, con esta, la esperanza del reconocimiento del otro, presente en los que enseñan y en los que aprenden.

«Sobre los que enseñan y los que aprenden» es una lectura oportuna para estos tiempos en los que la ignorancia, abono del ensimismamiento, da por verdaderas las más grandes mentiras, mientras las verdades son socavadas por el peso de la sospecha que recae en quien las defiende.

Gadamer, H. G. (1990). «Sobre los que enseñan y los que aprenden». En La herencia de Europa (145-146). Barcelona: Península.


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.

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