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Procedimiento fatal

22/10/2018
Por: Eufrasio Guzmán Mesa, profesor Instituto de Filosofía UdeA

De manera irreflexiva y totalmente acrítica la izquierda radical, lo mismo que la ultraderecha violenta, establecen de manera estúpida quienes son sus enemigos u opositores.

En el núcleo de la violencia humana más deplorable y destructiva se encuentra un procedimiento mental que se puede atribuir al sectarismo, la intolerancia, el dogmatismo o una actitud de cuerpo que es profundamente irreflexiva y de consecuencias fatales. En la base de los genocidios, allí donde se presenten, actúa ese “principio” mental que consiste en “echar al bulto” sin analizar ni racionalizar. Es la operación axiomática e instintiva por medio de la cual se establece quién es el enemigo.

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Quienes privilegian la acción sobre el pensamiento casi siempre proceden de la misma manera. Werner Heisenberg, el físico que estableció el principio de la incertidumbre, una de las bases de la teoría cuántica, en un texto imprescindible sobre el papel de las humanidades y la filosofía en la formación trae una anécdota que el mismo vivió. En una asonada y un combate alguien invita a abrir fuego sobre “el enemigo” y el físico alemán aprovecha para recalcar un hecho enorme, la acción de matar, eliminar o destruir está precedida por una acción mental, un pensamiento, por medio de la cual establecemos quién es el enemigo.

De manera irreflexiva y totalmente acrítica la izquierda radical, lo mismo que la ultraderecha violenta, establecen de manera estúpida quienes son sus enemigos u opositores. Desde Marx el ala radical de la izquierda estigmatizó y consideró sus enemigos a todos quienes no se alinearan con su visión y fueron entonces declarados enemigos de la revolución los socialdemócratas, los socialistas utópicos y todas las facciones que solo fueran semejantes. Una línea dura de ortodoxia doctrinal que se expresa en considerar a los cautelosos, a los defensores de la democracia, como peores enemigos que la misma burguesía.

La ultraderecha también usó el macartismo como una manera de estigmatizar a todo lo que fuera rojo o lo pareciera. Por ello han caído miles de personas que solo querían una sociedad mejor, menos injusta, más incluyente y humana. Y la izquierda radical a lo largo de casi dos siglos no ha dudado en sacrificar a naciones enteras por no alinearse con sus propósitos hegemónicos y excluyentes. Para no ir muy lejos podríamos seleccionar tres naciones suramericanas que son un laboratorio activo del procedimiento que señalo. Venezuela, Brasil o Colombia.

En la primera los chavistas y Maduro segregan a la población. Crean un estigma sobre quienes no sigan los dictados del “Comandante Eterno”, la nación ha sido divida en dos facciones y será quizás más fácil recuperar la economía destruida que sanar esa huella profunda entre los pobladores. En Brasil un populista de derecha como Bolsonaro ha logrado aglutinar a un electorado que define como su enemigo a los pardos, negros, las feministas y otras minorías. En Colombia una ultraderecha criminal se niega a reconocer que la nación se compone también de millones de desposeídos que aspiran a una justicia mínima y la izquierda radical por supuesto no se ha quedado quieta y ha mantenido una guerra de medio siglo la cual amenaza con recomenzar.

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En el fondo de las tres situaciones descritas los países mencionados se agitan convulsivamente negándose como comunidades a dar el paso a la integración interna y hacia la cohesión social. Con el agravante de que quienes esgrimen las ideas de cohesión social y justicia para todos, en la práctica realmente proceden de manera opuesta y siembran cizaña para otro siglo más de aislamiento e involución.

Este texto fue publicado en el periódico El Mundo el jueves 11 de octubre de 2018

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Nota

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