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Opinión

¡Imposible callar!

08/03/2019
Por: Judith Nieto López profesora Escuela de Microbiología UdeA

« ... No obstante aquí continuamos apostando sin tregua a la tarea incansable, a la mañana que siempre nos requiere, a la responsabilidad en el campo que se nos asigne y a la representación que nos corresponda. Estamos y sin detenimiento alguno, ahí seguiremos y avanzaremos como un río que no detiene su palabra de agua ...»

En los últimos días, todo el país ha asistido a una expresión más de la violencia, que parece no concluir. Tal ofensiva cobra otro tipo de víctimas: mujeres y niñas agredidas, violadas y asesinadas, bien por sus parejas, bien —como ocurre con las menores— por sus progenitores, padrastros, abuelos, allegados o profesores.

Los casos de víctimas, hechas visibles gracias a la difusión y denuncia de los medios, ascienden a cifras que es mejor no registrar, pues, ante una sociedad que recibe con escasa conmoción este tipo de noticias, qué sentido tiene poner a marcar un contador de crímenes catalogados, casi siempre, como feminicidios, que no da cuenta de la preocupación que deberían ocasionar.

A estas flacas reacciones de la sociedad habría que añadir el desalentador tránsito de cada caso por los rumbos de la justicia, un sistema completamente ineficaz, pues, si captura al victimario —la mayoría son hombres—, es probable que este recobre la libertad horas o días después de su aprehensión por falta de pruebas. Y si empieza un proceso para condenarlo, lo común —salvo contados casos— es que este se vuelva lento y se convierta en una espiral interminable de testigos y pruebas que tornan confuso el caso de la niña violada y asesinada o la mujer maltratada durante años y silenciada definitivamente con un último y mortal golpe.

Tales síntomas de la ineficacia judicial han vuelto cotidianas estas violencias por las que no se reclama ni se protesta, ya sea la que ocurre dentro de las familias, ya la que se da en la esfera política y toma como víctimas a los líderes sociales  del país, sobre cuyos rostros y nombres, sin protección ni defensa, cae una noche definitiva. Una noche frente a la cual es imposible callar.

Algunas víctimas son visibles por acción de la denuncia, pero ¿qué sucede con las víctimas anónimas, cuyos casos de maltrato no se divulgan en los medios de comunicación? ¿Qué decir de esas víctimas incógnitas?

Sin lugar a dudas, la barbarie de este tipo de agresiones perpetradas sobre los cuerpos de las mujeres se acrecienta en el país, sin que el rechazo de las autoridades y de la ciudadanía tenga la contundencia necesaria. Al contrario, la tímida indignación que suele acompañar estos escándalos tiene la misma duración efímera de la noticia.

Por ello, las cifras en ascenso de violencia contra niñas y mujeres confirman que no hay lugar seguro para ellas, pues el espacio público es peligroso y la casa no lo es menos. ¿Habrá algún lugar donde se proteja la vulnerabilidad cotidiana de mujeres y niñas? ¿Será posible para ellas, algún día, vivir y moverse sin miedo?

La aspiración es a un ¡basta ya! a las agresiones y violencias contra la mujer. Anhelo encaminado a continuar con el esfuerzo que lleve a eliminar definitivamente los homicidios de que son víctimas mujeres y niñas. Actos aterradores que sin lugar a dudas son obra de la sumisión impuesta por una sociedad “aquietada” que sostiene el patriarcado y con este, la inigualable lista de condiciones que ponen y mantienen en desventaja a las mujeres.

No obstante aquí continuamos apostando sin tregua a la tarea incansable, a la mañana que siempre nos requiere, a la responsabilidad en el campo que se nos asigne y a la representación que nos corresponda. Estamos y sin detenimiento alguno, ahí seguiremos y avanzaremos como un río que no detiene su palabra de agua.

Este texto, el cual fue editado para esta sección, fue publicado en el periódico Alma Máter N°684 del mes de marzo de 2019


Nota

Este es el espacio de opinión del Portal Universitario, destinado a columnistas que voluntariamente expresan sus posturas sobre temáticas elegidas por ellos mismos. Las opiniones aquí expresadas pertenecen exclusivamente a los autores y no reflejan una opinión o posición institucional de la Universidad de Antioquia.   

 

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