Opinión

Parodiando la canción de ese otro argentino: Hace frío y estoy muy en mi casa. Y mientras tanto, leo noticias contradictorias: el Papa llega en helicóptero, el Papa llega por tierra al aeropuerto Olaya Herrera debido a las condiciones climáticas. Y mientras tanto también, los devotos lo esperan, después de haber hecho largas filas, muchos de ellos habiendo pernoctado durante la noche resistiendo por igual, estoica y amorosamente, lluvia y frío (y sé de eso: ver al equipo de tus amores perder 3-1 en esas mismas condiciones, lo único que hace es acrecentar el sentimiento de sacrificio confundido con el amor).

Y esos fieles han estado allí para esperar a esa especie de Mesías, en su versión más humana, al Santo Padre. Y lo de Padre no es para nada intrascendente a nivel simbólico, ya que, pareciéramos de una manera u otra, apegados por siempre a la idea de familia. Y en Colombia sí que lo vivimos, hasta los límites de que nuestros dramas parecieran más bien relatos rulfianos: la búsqueda del padre, el amor por el padre, el sacrificio por el padre, el intento de su asesinato (real o simbólico), etc.

Y en ese sentido, por estos días, Colombia pareciera virar de una identificación con el padre autoritario encarnado en Uribe (“el padre perverso” como bien me dijo un amigo en términos sicoanalíticos), al padre bonachón y carismático encarnado en el Papa: yendo de aquí para allá infatigablemente, repartiendo bendiciones y sonrisas por igual, besando niños y acogiendo a mutilados por la guerra (por las FARC), lanzando duras verdades al establecimiento al recordarle que la violencia se genera por la desigualdad, la pobreza y la exclusión (los medios, por el contrario, se han quedado mejor con otros mensajes más ñoños del tipo “no se dejen robar la alegría ni la esperanza”).

La idea de familia, y sobre todo la imagen del padre, han sufrido fuertes golpes desde los años sesenta por el descrédito sufrido gracias a la famosa revolución contracultural (aunque las madres no, esas siempre han gozado de un sitial de honor). Precisamente, un escritor como Michel Houellebecq, en el fondo, lo que plantea con sus descarnados y nihilistas relatos, es una lamentación por el curso que tomó la Misión-Visión del grito revolucionario de mayo del 68: la supuesta liberación sexual convertida en hipersexualización que nos vuelve a todos ganadores o perdedores en dicho terreno; además del individualismo descarnado, del egoísmo, del consumo alienante, de las leyes de la oferta y la demanda trasladadas a lo humano.

Y en Houellebecq también hay mucho de esa angustia rulfiana por la pérdida del padre, por la desintegración familiar. Incluso, no siendo Houellebecq creyente, reconoce de inmediato, que si bien la religión no tiene un fundamento empírico, observable, demostrable, sí, por lo menos, brinda a los humanos reglas y fundamentos éticos y morales que de otra manera no existirían para muchas personas. Y no existiría, además, la esperanza, en un mundo que a veces pareciera caracterizarse justamente por sus contrarios: la incertidumbre y la indeterminación. Por ejemplo, una de las imágenes más impactantes en la miríada de imágenes sobre el Papa, fue, por lo menos para mí, la de una señora que había viajado desde Pasto hasta Bogotá en bus para pedirle al Papa que su hijo, convertido ya en habitante de calle, dejara las drogas. Fue realmente impactante ver su angustia y sus lágrimas ante las cámaras.

Así que cuando todo falla en el más acá, bien vale la pena recurrir al más allá. Y la anécdota con la señora es un indicativo de esa vinculación familia-religión. Muchos de los dramas del cine y la literatura se basan además en una recurrente angustia familiar, prueba de que todo empieza y termina por la familia. De la familia parte uno, todo lo puede perder uno, pero si se ha perdido la familia, prácticamente se ha perdido todo. Así que para finalizar de nuevo con otra parodia: si la familia no existiera, habría que inventarla. La venida del Papa a Colombia es, pues, por lo menos a nivel simbólico, una reactualización familiar y la venida de otro tipo de “papá” (el “papá” benévolo) que en algo puede servir.

Nota

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